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Conferencia sobre la carta encíclica "Fratelli tutti" del Santo Padre Francisco sobre la fraternidad y la amistad social, 04.10.2020

Esta mañana, a las 10:00, en el Aula Nueva del Sínodo en el Vaticano, Ha tenido lugar conferencia sobre la carta encíclica "Fratelli tutti" del Santo Padre Francisco sobre la fraternidad y la amistad social. Han intervenido S.E. el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado, SE.el cardenal Miguel Ángel Ayuso Guixot, M.C.C.J., Presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, el juez Mohamed Mahmoud Abdel Salam, Secretario General del Alto Comité para la Fraternidad Humana, la profesora Anna Rowlands, docente de Catholic Social Thought & Practice de la Universidad de Durham, Reino Unido y el profesor Andrea Riccardi, Fundador de la Comunidad de Sant'Egidio, docente de Historia Contemporánea.

Siguen a continuación las intervenciones.

Intervención de S.E. el cardenal Pietro Parolin

1. Aun para el observador menos atento, una pregunta se le hace ineludible frente a esta Encíclica: ¿qué espacio y consideración encuentra la fraternidad en las relaciones internacionales? Quienes están atentos al desarrollo de las relaciones a nivel mundial esperarían una respuesta en términos de proclamaciones, normativas, estadísticas y tal vez incluso acciones. Si, por otra parte, nos dejamos guiar por el Papa Francisco en la constatación de los hechos y situaciones, la respuesta es otra: “La sociedad mundial tiene serias fallas estructurales que no se resuelven con parches o soluciones rápidas meramente ocasionales” (FT, 179).

La Encíclica no se limita a considerar la fraternidad como un instrumento o un deseo, sino que esboza una cultura de la fraternidad para aplicar a las relaciones internacionales. Ciertamente, una cultura: es la imagen de una disciplina que tiene desarrollado un método y un objetivo.

En cuanto al método. La fraternidad no es una tendencia o moda que se desarrolla a lo largo del tiempo o en un tiempo; se trata más bien de la manifestación de actos concretos. La Encíclica nos recuerda la integración entre los países, la primacía de las normas sobre la fuerza, el desarrollo y la cooperación económica y, sobre todo, el instrumento del diálogo visto no como un analgésico o para “parches” ocasionales, sino como un arma con un potencial destructivo muy superior a cualquier otra. De hecho, si a través de las armas la guerra destruye vidas humanas, el medio ambiente, la esperanza, hasta el punto de extinguir el futuro de las personas y las comunidades, el diálogo destruye las barreras del corazón y la mente, abre espacios para el perdón, favorece la reconciliación. Por el contrario, es el instrumento que la justicia necesita para afirmarse según su significado y efecto más auténticos. ¡Cuánto ha permitido la ausencia de diálogo que las relaciones internacionales se deterioren o se apoyen en el peso del poder, en los resultados de los enfrentamientos y demostraciones de fuerza! Por otra parte, el diálogo, especialmente cuando es “persistente y corajudo no es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podamos darnos cuenta” (FT, 198). Es cierto también que si se observan los acontecimientos internacionales, el diálogo también cobra sus víctimas. Son los que no responden a la lógica del conflicto a toda costa o son considerados ingenuos e inexpertos sólo porque tienen el valor de superar los intereses inmediatos y parciales de las realidades individuales, y corren el riesgo de olvidar la visión de conjunto. Esa visión que avanza y continúa a lo largo del tiempo. El diálogo exige paciencia y se acerca al martirio, por lo que la Encíclica lo evoca como un instrumento de fraternidad, un medio que hace que quienes entablan el diálogo sean diferentes de aquellas “personas con funciones importantes en la sociedad, que no tenían en el corazón el amor por el bien común” (FT, 63).

Llegamos entonces al objetivo. La historia, pero también las visiones religiosas y los diferentes caminos de espiritualidad hablan de la fraternidad y describen su belleza y sus efectos, pero a menudo los vinculan a un camino lento y difícil, casi una dimensión ideal detrás de la cual se transmiten impulsos de reforma o procesos revolucionarios. También surge la tentación constante de limitar la fraternidad a un nivel de madurez individual, capaz de involucrar sólo a aquellos que comparten el mismo camino. El objetivo, según la Encíclica, es más bien un camino ascendente determinado por esa sana subsidiariedad que, partiendo de la persona, se amplía para abarcar las dimensiones familiar, social y estatal hasta la comunidad internacional. Por eso, recuerda Francisco, para hacer de la fraternidad un instrumento de actuación en las relaciones internacionales: “es necesario fomentar no únicamente una mística de la fraternidad sino al mismo tiempo una organización mundial más eficiente para ayudar a resolver los problemas acuciantes” (FT, 165).

 

2. Explicada de esta forma —con su método y su objetivo— la fraternidad puede contribuir a la renovación de los principios que presiden la vida internacional o ser capaz de poner de manifiesto las vías necesarias para hacer frente a los nuevos desafíos y conducir a la pluralidad de actores que trabajan a nivel mundial para responder a las necesidades de la familia humana. Se trata de actores cuya responsabilidad en términos de política y soluciones compartidas es crucial, especialmente cuando se enfrentan a la realidad de la guerra, el hambre, el subdesarrollo, la destrucción de la casa común y sus consecuencias. Actores conscientes de cómo la globalización, ante problemas reales y soluciones necesarias, ha manifestado, y más recientemente, sólo aspectos negativos. Para expresar esta verdad, el Papa utiliza la experiencia de la pandemia “dejó al descubierto nuestras falsas seguridades” (FT, 7), recordando la necesidad de una acción capaz de dar respuestas y no sólo de analizar los hechos. Esta acción sigue faltando y tal vez siga faltando incluso frente a los objetivos que la investigación y la ciencia alcanzan cada día. Falta porque “se evidenció la incapacidad de actuar conjuntamente. A pesar de estar hiperconectados, existía una fragmentación que volvía más difícil resolver los problemas que nos afectan a todos” (Ibíd.).

Lo que encontramos en el escenario internacional contemporáneo es la abierta contradicción entre el bien común y la capacidad de dar prioridad a los intereses de los Estados, e incluso de los Estados individuales, en la creencia de que pueden existir “zonas sin control” o la lógica de que lo que no está prohibido está permitido. El resultado es que “la multitud de los abandonados queda a merced de la posible buena voluntad de algunos” (FT, 165). Esta es la concepción opuesta a lo que propone, en cambio, la fraternidad, la idea de los intereses generales, aquellos capaces de constituir una verdadera solidaridad y de cambiar no sólo la estructura de la comunidad internacional, sino también la dinámica de la relación dentro de ella. En efecto, una vez aceptada la supremacía de estos intereses generales, la soberanía e independencia de cada Estado deja de ser un absoluto y debe someterse a “la soberanía del derecho, sabiendo que la justicia es requisito indispensable para obtener el ideal de la fraternidad universal” (FT, 173). Este proceso no es automático; más bien exige “valentía y generosidad en orden a establecer libremente determinados objetivos comunes y asegurar el cumplimiento en todo el mundo de algunas normas básicas” (FT, 174).

Según la perspectiva de Francisco, por lo tanto, la fraternidad se convierte en la forma de hacer prevalecer los compromisos asumidos según el antiguo adagio pacta sunt servanda, de respetar efectivamente la voluntad legítimamente manifestada, de resolver las controversias a través de los medios que ofrecen la diplomacia, la negociación, las instituciones multilaterales y el deseo más amplio de lograr “un bien común realmente universal y la protección de los Estados más débiles” (Ibíd.).

No falta, a este respecto, la referencia a un tema constante en la enseñanza social de la Iglesia, el de la “gobernanza” —governance, como se acostumbra a decir hoy en día— de la comunidad internacional, sus miembros y sus instituciones. El Papa Francisco, con la coherencia de todos sus predecesores, apoya la necesidad de una “forma de autoridad mundial regulada por el derecho”, pero esto no significa pensar “en una autoridad personal” (FT, 172). Ante la centralización de poderes, la fraternidad propone una función colegial en su lugar —aquí no es ajena la visión “sinodal” aplicada a la gobernanza de la Iglesia, que es la propia de Francisco— determinada por “organizaciones mundiales más eficaces, dotadas de autoridad para asegurar el bien común mundial, la erradicación del hambre y la miseria, y la defensa cierta de los derechos humanos elementales” (Ibíd.).

 

3. Trabajar en la realidad internacional a través de la cultura de la fraternidad exige adquirir un método y un objetivo capaces de sustituir aquellos paradigmas que ya no son capaces de responder a los desafíos y necesidades que se presentan en el camino que recorre la comunidad internacional (ciertamente con fatiga y contradicciones). De hecho, no falta una marcada preocupación por el deseo de vaciar la razón y el contenido del multilateralismo, lo cual es aún más necesario en una sociedad mundial que experimenta la fragmentación de ideas y decisiones, como expresión de un post-globalismo que avanza. Una voluntad que es el resultado de un enfoque exclusivamente pragmático, que olvida no sólo los principios y las normas, sino los numerosos gritos de auxilio que ahora parecen cada vez más constantes y complejos y, por lo tanto, también capaces de comprometer la estabilidad internacional. Y aquí están las contraposiciones y los enfrentamientos que degeneran en guerras que, debido a la complejidad de las causas que las determinan, están destinadas a continuar en el tiempo sin soluciones inmediatas y factibles. Invocar la paz es de poca utilidad. El Papa Francisco nos dice que “es muy necesario negociar y así desarrollar cauces concretos para la paz. Pero los procesos efectivos de una paz duradera son ante todo transformaciones artesanales obradas por los pueblos, donde cada ser humano puede ser un fermento eficaz con su estilo de vida cotidiana. Las grandes transformaciones no son fabricadas en escritorios o despachos” (FT, 231).

A medida que avanzamos en la Encíclica, nos sentimos llamados a asumir nuestras responsabilidades individuales y colectivas frente a las nuevas tendencias y necesidades de la escena internacional. Proclamarnos hermanos y hermanas, y hacer de la amistad social nuestro hábito, probablemente no sea suficiente. Así como ya no basta con definir las relaciones internacionales en términos de paz o seguridad, desarrollo o una referencia general al respeto de los derechos fundamentales —aunque en las últimas décadas hayan representado la razón de ser de la acción diplomática, el papel de los organismos multilaterales, la acción profética de muchas figuras, la enseñanza de las filosofías, y también caracterizado la dimensión religiosa.

El papel efectivo de la fraternidad, permítanme decir, es perturbador, porque está vinculado a nuevos conceptos que sustituyen la paz con los pacificadores, el desarrollo con los cooperantes, el respeto de los derechos con la atención a las necesidades del prójimo, ya sea una persona, un pueblo o una comunidad. La raíz teológica de la Encíclica nos dice muy claramente que gira en torno a la categoría del amor fraterno que, más allá de toda pertenencia, incluso de la identidad, es capaz de concretarse en el que “se hizo prójimo” (FT, 81). La imagen del buen samaritano está ahí como una advertencia y un modelo.

A los dirigentes de las naciones, a los diplomáticos, a los que trabajan por la paz y el desarrollo, la fraternidad les propone transformar la vida internacional de una simple coexistencia, casi necesaria, a una dimensión basada en ese sentido común de “humanidad” que ya inspira y sostiene tantas normas y estructuras internacionales, promoviendo así una coexistencia efectiva. Es la imagen de una realidad en la que prevalecen las exigencias de los pueblos y de las personas, con un aparato institucional capaz de garantizar no los intereses particulares, sino ese deseado bien común mundial (cf. FT, 257).

La fraternidad tiene como protagonista, pues, la familia humana, que en sus relaciones y diferencias camina hacia la plena unidad, pero con una visión alejada del universalismo o del compartir abstracto, como de ciertas degeneraciones de la globalización (cf. FT, 100). A través de la cultura de la fraternidad, el Papa Francisco llama a cada uno a amar al otro pueblo, a la otra nación como a la suya propia. Y así construir relaciones, normas e instituciones, abandonando el espejismo de la fuerza, el aislamiento, las visiones cerradas, las acciones egoístas y partidistas, porque “la mera suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad” (FT, 105).

(Trad. no oficial)

Intervención de S.E. el cardenal Miguel Ángel Ayuso Guixot, M.C.C.J.

Agradezco la oportunidad de presentar la Encíclica Fratelli tutti, dedicada a la fraternidad y a la amistad social; un precioso regalo que el Santo Padre nos ha dado no sólo a nosotros los católicos, sino a toda la humanidad.

Saludo a todos los distinguidos oradores que han presentado esta Encíclica conmigo. En especial al Dr. Mohamed Mahmoud Abdel Salam, Consejero del Gran Imán de Al-Azhar, amigo fraternal con quien comparto la labor del Alto Comité para la Fraternidad Humana, nacido en agosto de 2019, para dar continuidad y eficacia a los objetivos contenidos en el Documento sobre la Fraternidad Humana por la paz mundial y la convivencia común. ¡Su presencia aquí es realmente un buen ejemplo de fraternidad!

Quiero agradecer públicamente al Papa Francisco, también en nombre del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso que presido, el impulso que ha dado, desde el comienzo de su pontificado, al diálogo interreligioso.

No oculto mi emoción al leer las páginas de la Encíclica, en particular el capítulo ocho: “Las religiones al servicio de la fraternidad en el mundo”. He colaborado con el Papa Francisco desde el comienzo de su pontificado, es decir, durante casi ocho años. Puedo atestiguar cuánto trabajo se ha hecho, incluso en medio de innegables dificultades, como la última —sólo por orden de tiempo— de la pandemia causada por el COVID-19.

El diálogo interreligioso está verdaderamente en el corazón de las reflexiones y acciones del Papa Francisco. De hecho, dice Fratelli tutti: “Buscar a Dios con corazón sincero, siempre que no lo empañemos con nuestros intereses ideológicos o instrumentales, nos ayuda a reconocernos compañeros de camino, verdaderamente hermanos” (Ft 274).

El título mismo de la Encíclica expresa un claro deseo de dirigirse a todos como hermanos y hermanas. Se trata de una realidad existencial que el Papa Francisco, pacíficamente, da por sentado: todos somos hermanos, ¡nadie está excluido!

El camino del diálogo entre personas de diferentes tradiciones religiosas ciertamente no comienza hoy. Es parte de la misión original de la Iglesia y tiene sus raíces en el Concilio Vaticano II.

El Papa Francisco, al ver en el respeto y la amistad dos actitudes fundamentales, abrió otra puerta para que el oxígeno de la fraternidad pudiera entrar en el diálogo entre personas de diferentes tradiciones religiosas, entre creyentes y no creyentes, y con todas las personas de buena voluntad.

El Documento sobre la Fraternidad Humana por la paz mundial y la convivencia común, firmado el 4 de febrero de 2019 en Abu Dhabi por el Papa y el Gran Imán de Al-Azhar Ahmad Al-Tayyeb, representó un hito en el camino del diálogo interreligioso, uno que no coincide ni con la salida ni con la llegada. ¡Estamos en camino! Fratelli tutti, desde una mirada clarividente y misericordiosa, nos exhorta a pisar un terreno común ligado a una antigua verdad, que puede sonar nueva en el mundo que nos rodea, a menudo atrofiado por el egoísmo: la fraternidad humana.
Los creyentes de diferentes tradiciones religiosas pueden realmente ofrecer su propia contribución a la fraternidad universal en las sociedades en las que viven. Dice Fratelli tutti: “No puede admitirse que en el debate público sólo tengan voz los poderosos y los científicos. Debe haber un lugar para la reflexión que procede de un trasfondo religioso que recoge siglos de experiencia y de sabiduría”. (Ft, 275). En efecto, el creyente es testigo y portador de valores que pueden contribuir en gran medida a la construcción de sociedades más sanas y justas. La rectitud, la fidelidad, el amor por el bien común, la preocupación por los demás, especialmente por los necesitados, la benevolencia y la misericordia son herramientas valiosas que forman parte del tesoro espiritual de las diversas religiones.

Vivir la propia identidad en la “valentía de la alteridad” es el umbral que hoy la Iglesia del Papa Francisco nos pide cruzar.

Se trata de dar pasos concretos junto con creyentes de otras religiones y personas de buena voluntad, con la esperanza de que todos nos sintamos llamados a ser, sobre todo en nuestro tiempo, mensajeros de paz y artífices de comunión.

Dios es el Creador de todo y de todos, por lo que somos miembros de una familia y como tal debemos reconocernos. Este es el criterio fundamental que nos ofrece la fe para pasar de la mera tolerancia a la convivencia fraterna.

La invitación del Papa Francisco a las diferentes religiones a ponerse al servicio de la fraternidad para el bien de toda la humanidad anuncia una nueva época. Nuestro viaje común se abre a una nueva luz y a una nueva creatividad que desafía el corazón mismo de cada religión, y no sólo eso: la fraternidad se puede convertir también en el camino de las creencias religiosas.

En un mundo deshumanizado, en el que la indiferencia y la codicia caracterizan las relaciones entre las personas, es necesaria una nueva y universal solidaridad y un nuevo diálogo basado en la fraternidad.

El diálogo interreligioso tiene una función esencial para construir una convivencia civil, una sociedad que incluya y que no se edifique sobre la cultura del descarte.

La perspectiva y el objetivo del diálogo es trabajar, mediante una auténtica colaboración entre creyentes, para conseguir el bien de todos, luchando contra tantas injusticias que aún afligen a este mundo y condenando todo tipo de violencia.

Por eso, mirando hacia el futuro, debemos tomar conciencia de que las religiones no deben encerrarse en si mismas, sino que, como creyentes y permaneciendo bien enraizados en nuestra propia identidad, nos dispongamos, a pesar de nuestras diferencias, y junto a todas las personas de buena voluntad, a recorrer el camino de la fraternidad humana. En el mundo hay muchas religiones y nosotros, desde el punto de vista interreligioso, tenemos que saber activar una relación, como quiere el Papa, de respeto y de amistad a través de la cual podamos defender la igualdad como seres humanos que somos, también creyentes, con diferentes visiones pero sin renunciar a nuestra propia identidad, sino reclamando un poco la sinceridad de las intenciones.

Gracias de nuevo al Papa Francisco, porque Fratelli tutti nos hace sentir a todos más cercanos al amor de Cristo y de la Iglesia, y nos anima a ponernos, todos juntos, al servicio de la fraternidad en este mundo.

Gracias por su amable atención.

 

Intervención del juez Mohamed Mahmoud Abdel Salam

 

En el nombre de Dios, El Clemente, El Misericordioso

 

Estimados participantes,

¡Que la paz de Dios, Su misericordia y Sus bendiciones estén con ustedes!

 

Algunas ciudades y algunos pueblos son reconocibles gracias a importantes monumentos que se han convertido en todo un emblema. La ciudad de Roma es conocida por la cúpula de San Pedro, en el Vaticano. Londres tiene su famoso reloj, el Big Ben, y París, la Torre Eiffel, que se eleva hacia el cielo. Nueva York es conocida por la Estatua de la Libertad, El Cairo es conocida por las pirámides, los minaretes de Al-Azhar y los campanarios de sus iglesias.

Recientemente han surgido dos “monumentos” del cristianismo y del islam, que han enriquecido estos símbolos con un nuevo pilar de la verdad, el bien, la libertad y la fraternidad. Cuando se menciona “La Fraternidad Humana”, a las mentes libres y a los corazones conscientes se les vienen a la cabeza dos figuras importantes: el Papa Francisco y el Gran Imán Ahmad Al Tayyeb, Jeque de Al-Azhar. Estos dos hombres se han convertido, juntos, en un nuevo emblema y en un nuevo monumento, no solo para un determinado país o para un determinado pueblo. Se han convertido en un símbolo fuerte de una noble idea, la idea de la “Fraternidad Humana”, y Dios, con Su misericordia hacia las personas, ha puesto a estos dos ilustres símbolos al servicio de estos elevados conceptos humanos.

 

Señoras y señores,

Si el crecimiento y la renovación están dictados por las normas de vida de los seres humanos, la vida no puede avanzar hacia su propia realización, sin el pensamiento y sin la creatividad. Y lo que estamos presenciando en el Vaticano, empezando por su máxima autoridad, demuestra que, en definitiva, estamos avanzando en la dirección correcta y que el pensamiento creativo y fundacional de una nueva visión, se está proyectando hacia horizontes superiores en el tiempo y en el espacio.

Tras la firma del “Documento sobre la Fraternidad Humana”, el Papa Francisco prosiguió su camino y fue así como nacieron sus reflexiones sobre la realidad de las naciones, reflexiones que, en unas ocasiones, se han hecho públicas y en otras no. La búsqueda de la felicidad, por parte de las naciones, requiere un compromiso cuyos límites son difíciles de establecer a causa de los diferentes niveles implicados y, como consecuencia, de los intereses y de las políticas en juego así como de los contrastes entre estados y pueblos, conceptos todos, que ponen a dura prueba las conciencias y las voluntades. Tomando como punto de partida este estado de cosas, y gracias a su clara intuición, el Papa ha escrito palabras directas y valientes, que solamente temen a Dios, refiriéndose a las tragedias que afrontan las personas débiles, cansadas y desesperadas, y prescribiendo una cura para este mal difícilmente curable, que ha contribuido al fin de nuestra civilización moderna. Este es el punto de partida de la Encíclica que hoy celebramos.

A pesar de que en la última década había participado en las diversas etapas del camino de la Fraternidad Humana entre el Papa y el Imán, cuando pude leer esta Encíclica sobre la Fraternidad y la Amistad Social, percibí, entre sus líneas, un gusto refinado, una sensibilidad incisiva y la capacidad de expresar los temas de la fraternidad humana de una forma que se dirige al mundo entero. Es un llamamiento a la concordia que se le hace a un mundo en discordia, así como un mensaje claro en favor de una armonía, individual y colectiva, con las leyes del universo, del mundo y de la vida. Se trata de un argumento que se basa en razonamientos claros, fundados en la verdad y practicables en la vida real y en el mundo concreto.

 

Estimados participantes,

Como joven musulmán, estudioso de la Sharía (ley islámica) y de sus ciencias, estoy, con mucho amor y entusiasmo, de acuerdo con el Papa y comparto todas las palabras que ha escrito en la Encíclica. Sigo, con satisfacción y esperanza, todas sus propuestas, presentadas con un espíritu solícito para el renacimiento de la fraternidad humana.

En esta Encíclica, el Papa nos pone en guardia, sin contemplaciones, contra la pérdida del sentido social y contra las ideologías impregnadas de egoísmo que se celan detrás de presuntos intereses nacionales[1]. Nos advierte también del riesgo de la globalización y de sus consecuencias, que tal vez nos habrá acercado, pero que sin lugar a dudas no nos convertirá en hermanos[2].

 

Me alegró poder leer la dura crítica que dirige el Papa a lo que denomina como “el fin de la conciencia histórica”, con la grave infiltración cultural de esta teoría, basada en la disgregación de la herencia cultural, y con la creación de generaciones que desprecian su patrimonio y su propia historia con toda su riqueza cultural[3].

Cuán grande es el Papa cuando advierte a los pueblos de los peligros que conlleva esta nueva forma de colonialismo, experto en la manipulación de conceptos extremadamente importantes y sensibles, como la democracia, la libertad, la justicia, y la unidad, utilizándolos como medio de control, dominación y arrogancia, vaciándolos de su significado, a veces incluso para justificar sus acciones[4].

Cuán creativo es en el ámbito de los derechos humanos, cuando pone de manifiesto las nuevas formas de injusticia, de explotación del hombre y de negación de su dignidad[5], la injusticia hacia la mujer[6] y las condiciones similares a la esclavitud, de las que tantas personas son víctimas hoy día. El Papa considera, con razón, que la persecución por motivos religiosos o étnicos, y otras violaciones de la dignidad humana, son aspectos de una “tercera guerra mundial a pedazos”[7].

Qué grande es el Papa, cuando aborda de raíz la cuestión de los migrantes y refugiados, reiterando que la dignidad humana ha caído en la frontera entre Europa y el Tercer Mundo[8].

El Papa ha querido también afrontar una cuestión de extrema actualidad, hablando de las pandemias y de otras tragedias que acontecen en la historia[9], pidiéndonos que nos replanteemos nuestro estilo de vida y forma de organizar nuestras sociedades.

A diferencia de lo que me suele ocurrir cuando preparo una ponencia escrita, me he sentido en sintonía con las palabras del Papa. Me han conquistado su franqueza y su claridad en los pasajes que he citado. Y es solo una mínima parte de este pensamiento libre, que hace suya la causa del hombre y sus problemas, tanto en Oriente como en Occidente. Estoy convencido de que esta Encíclica, junto con el Documento sobre la Fraternidad Humana, volverán a poner en marcha el tren de la historia, que se ha detenido en la estación de este orden mundial, arraigado en la irracionalidad, con su injusticia, soberbia y violencia colonial. Espero que esta Encíclica, junto con el Documento sobre la Fraternidad Humana, puedan tener un considerable efecto disuasorio contra la falsedad, con todas sus formas y expresiones, y que puedan ser la base, o el factor más importante, para el nacimiento de un nuevo orden mundial, basado en la sacralidad de la dignidad y de los derechos humanos, como afirmó el Papa, y no en el desprecio, la esclavitud y la explotación del hombre. Espero también que esta Encíclica pueda llegar a manos de los políticos y de quienes están llamados a tomar decisiones, para que les ilumine y les ayude a salir de este estado de irracionalidad en el que vive el mundo de hoy.

¿Pero pueden calar estas hermosas ideas y estos conceptos nobles en el mundo real de hoy? Creo que esto es posible. Las personas justas se ayudan mutuamente por el bien y lo apoyan.

Para ofrecer una modesta contribución en este sentido, he considerado oportuno, junto con mis colegas del Comité Superior para la Fraternidad Humana, convocar un Foro para unos 100 jóvenes, procedentes de diferentes partes del mundo, y organizar jornadas de estudio dedicadas a esta Encíclica, aquí en Roma y en Abu Dhabi, donde se anunció el Documento sobre la Fraternidad Humana, pero también en Egipto, el país de Al-Azhar, donde los participantes se dedicarán a la reflexión, al estudio y al diálogo libre y profundo. Al hacerlo, la Encíclica llegará a los jóvenes pertenecientes a otras religiones y grupos étnicos, con la esperanza de que pueda constituir un paso en la dirección correcta, hacia una fraternidad humana mundial.

 

Señoras y señores,

En esta fase decisiva de la historia de la humanidad, nos encontramos ante una encrucijada, por un lado, la fraternidad universal en la que se regocija la humanidad y por otro, una miseria aguda que aumentará el sufrimiento y las privaciones de las personas. El camino de la fraternidad es a la vez un camino antiguo y nuevo, que se renueva y se recorre a la sombra de los valores espirituales y morales, y se rige por el equilibrio y la armonía entre ciencia y fe, entre este mundo y la vida venidera. Apoyémonos, pues, en el camino de la fraternidad, del conocimiento recíproco y de la colaboración, para alcanzar la meta donde se encuentran nuestros objetivos, el bien de toda la humanidad.

Estamos a favor de la unión de las energías religiosas para afrontar la discriminación, el racismo y el odio. Y al mismo tiempo, trabajamos por la consolidación de nuestra propia doctrina, por la profundización de sus aspectos específicos y por evitar la desunión o la disgregación. Este es el objetivo de toda persona fiel a su religión.

La fraternidad universal sigue siendo, ayer, hoy y mañana, una necesidad absoluta para el mundo entero y es imprescindible para la salvación. Porque dará vida a una civilización equilibrada y feliz, centrada en el hombre, independientemente del color de su piel, sexo, idioma y religión.

Por último, dirijo estas palabras a Su Santidad el Papa Francisco y al Gran Imán de Al-Azhar:

Vuestros esfuerzos y vuestra lucha en favor de la convivencia humana y de la fraternidad mundial, que culminaron con el Documento sobre la Fraternidad Humana, que proclamaron el año pasado en Abu Dhabi, en un acontecimiento sin precedentes en la historia moderna, representan un punto de inflexión en el mundo árabe y musulmán, y un rayo de luz para el mundo entero. Vemos cada día a jóvenes que se encuentran en torno a los principios de la fraternidad y de la convivencia, y percibimos una apertura, sin precedentes, en las relaciones entre los fieles de otras religiones. Vemos también que muchas personas, que se habían cerrado mentalmente a miembros de otras religiones, han empezado a replantearse su forma de pensar.

Les prometo que, junto con mis colegas del Comité Superior para la Fraternidad Humana, seguiré trabajando con fidelidad para que este documento se convierta en una realidad vivida por todos, a través de iniciativas concretas y ambiciosas del Comité, para que reciban siempre el apoyo leal y sincero de Su Alteza Sheikh Mohammad Ben Zayed Al Nahyan, un auténtico líder árabe que hace honor a su compromiso con usted para la aplicación de los principios del Documento sobre la Fraternidad Humana, para que puedan dar los frutos deseados, en favor de cada persona sobre la faz de la tierra, cualquiera que sea su religión, su sexo o su raza.

Gracias, Papa Francisco, por esta Encíclica fuerte y valiente.

 

 

[1] Encíclica del Papa Francisco “Fratelli tutti”, número 11.

[2] Encíclica del Papa Francisco “Fratelli tutti” número 12

[3] Encíclica del Papa Francisco “Fratelli tutti”, número 13.

[4] Encíclica del Papa Francisco “Fratelli tutti”, número 11.

[5] Encíclica del Papa Francisco “Fratelli tutti”, número 22.

[6] Encíclica del Papa Francisco “Fratelli tutti” número 23.

[7] Encíclica del Papa Francisco “Fratelli tutti”, número 25.

[8] Encíclica del Papa Francisco “Fratelli tutti” del número 37 al número 41.

[9] Encíclica del Papa Francisco “Fratelli tutti”, del número 32 al número 36.

 

(Trad. no oficial)

Intervención de la profesora Anna Rowlands

 

La Encíclica Fratelli tutti trata sobre el amor y la atención —el tipo de atención que le devuelve la salud a un mundo roto y sangrante. Se trata de una meditación social sobre el Buen Samaritano, que reconoce el amor y la atención como la ley sublime, y nos ofrece como modelo la amistad social creativa.

El Papa Francisco nos pide que miremos al mundo de manera similar, de tal manera que lleguemos a ver la relación básica e indispensable de todas las cosas y personas, cercanas y lejanas. En la simplicidad de esta llamada, Fratelli tutti es un desafío devastador para nuestra vida ecológica, política, económica y social. Pero sobre todo es una proclamación de una verdad alegre e imposible de erradicar, que se presenta aquí como un manantial inagotable para un mundo fatigado.

Esta Carta no es una crítica fría y distante. Tiene una disciplina espiritual que observa la tarea humanizadora de la siguiente manera: ser verdaderamente humano significa estar dispuesto a mirar el mundo en su belleza y su dolor; escuchar profundamente a través de los encuentros humanos las penas y las alegrías de la propia edad y tomarlas para uno mismo, es decir, asumirlas y llevarlas como propias.

La noción de que toda la vida creada comparte su origen en Dios Padre, y que en Cristo nos convertimos en hermanas y hermanos —unidos en la dignidad, el cuidado y la amistad— es una de las enseñanzas sociales más antiguas del cristianismo. Los nombres que aparecen en el corazón de esta carta son los de las escrituras: somos hermanos, hermanas, vecinos, amigos. Los primeros cristianos formaron sus puntos de vista sobre el dinero, la comunidad y la política basándose en esta visión. Que un tema tan antiguo se hable con tanta urgencia ahora es porque el Papa Francisco teme un desapego de la visión de que todos somos realmente responsables de todos, todos estamos relacionados con todos, todos tenemos el derecho a una parte justa de lo que se ha dado para el bien de todos. No es una fantasía ingenua creer esto. El Papa escribe con pena sobre el cinismo cultural y el empobrecimiento que limita nuestra imaginación social. No es absurdo reconocer vínculos familiares más allá de las fronteras, anhelar culturas donde se respeten los lazos sociales y se practique el encuentro y el diálogo.

Fratelli tutti deja claro que la fraternidad universal y la amistad social deben ser practicadas juntas. El fracaso en esta cuestión es abundante. La globalización proclama valores universales pero no practica el encuentro y la atención, especialmente en cuanto a los diferentes y a los más vulnerables. Las comunicaciones digitales hacen negocios con nuestra hambre de conexión pero la distorsionan, lo que produce una febril atadura construida sobre criterios binarios de “me gusta” y “no me gusta”, y mercantilizada por intereses poderosos. El populismo apela al deseo de estabilidad, arraigo y trabajo gratificante, pero permite que la hostilidad distorsione estos deseos. El liberalismo imagina la libertad en términos del individuo egoísta y descarta nuestras vidas profundamente interconectadas. Olvidamos lo que permite a las sociedades perdurar y renovarse. Estos son nuestros falsos materialismos.

Esta Carta tiene sus raíces en un encuentro interreligioso específico. No se avergüenza de su carácter y vocación religioso. Una verdad trascendente no es una carga, sino un regalo que asegura las raíces de nuestra acción. Puede reducir la ansiedad que sentimos por arriesgarnos juntos a la transformación de nuestro mundo. La fe es nuestro manantial. Es parte de cómo podemos nombrar y superar la indiferencia afligida de nuestra época.

Por esta razón, la encíclica es clara en cuanto al peso de la responsabilidad de las comunidades religiosas. Los grupos religiosos están atrapados en las culturas digitales y de mercado que nos perjudican. Inexcusablemente, los líderes religiosos han sido lentos en condenar prácticas injustas, pasadas y presentes. La religión también necesita arrepentimiento y renovación. Fratelli tutti exhorta a las religiones a ser modelos de diálogo, comerciantes de paz y portadores del mensaje de amor trascendente para un mundo hambriento, cínico y desarraigado.

Haciéndose eco de la declaración de Abu Dhabi, la encíclica reafirma la dignidad absoluta de la persona humana, sobre la cual ninguna preferencia política, ninguna “ley” del mercado puede tener prioridad. Aquí el Papa Francisco destaca el tratamiento de los migrantes. Señala los mandamientos bíblicos de acoger al extranjero, los beneficios que se derivan de los encuentros entre culturas y la invitación al amor gratuito. Pero también amplía la enseñanza social antigua sobre el destino universal de los bienes, dejando claro que las naciones tienen derecho a su tierra, riqueza y propiedad en la medida en que esto permite a toda la humanidad acceder a los medios para la supervivencia y la realización. Una nación tiene obligaciones con toda la familia humana y no sólo con sus propios ciudadanos. La dignidad, la solidaridad y el destino universal de los bienes materiales son los sellos distintivos de esta enseñanza.

El Papa Francisco advierte contra las formas cerradas de populismo, pero sostiene la importancia de vernos como “un pueblo”. Siguiendo a san Agustín, nos recuerda que convertirse en “un pueblo” se basa en el encuentro con los demás en el diálogo, cara a cara y codo con codo. Juntos negociamos los amores comunes perdurables por los que queremos vivir. Este es un proceso dinámico e inacabado de construcción de la paz social, que es el fruto de una auténtica búsqueda e intercambio de verdades. Una cultura sólo es saludable en la medida en que permanece abierta a los demás. Esta renovación de las culturas políticas sólo ocurre con los marginados, y no para ellos. El papel de las comunidades de base es clave para esta participación.

Referirse a Dios como familia, y a nosotros mismos como familia bondadosa en esta imagen, es el lenguaje del amor. Hay otras formas de nombrar a Dios. Pero el mensaje que el Papa Francisco desea que escuchemos en este momento es que nos hacemos completamente humanos por lo que nos atrae más allá de nosotros mismos. Lo que hace esto posible es un amor divino, abierto a todos, que nace, se une, tiende puentes y se renueva sin cesar. Este amor no puede ser borrado o eliminado, y es la base de la llamada del Papa Francisco a nosotros con las palabras de atención amorosa de san Francisco: Fratelli tutti...

(Trad. no oficial)

 

Intervención del Profesor Andrea Riccardi

 

Como observó Amin Maalouf, un escritor de fina sensibilidad: “Si en el pasado fuimos efímeros en un mundo inmutable, hoy somos seres desorientados…”. Es la desorientación que sufren muchos hijos e hijas de la globalización. Fratelli tutti traza un camino simple y esencial para todos aquellos que se sienten perdidos: la fraternidad. Me centraré en un aspecto: la herida más grave, la que huele a muerte, es la guerra. En estas páginas, la fraternidad se mide en función de la guerra. ¿Pero no es la fraternidad demasiado frágil ante una despiadada máquina de muerte y destrucción como la guerra?

Es precisamente por una sensación de irrelevancia que la renuncia a la guerra ha madurado como un hecho natural en la historia. Se cree que es responsabilidad de los grandes países o de los políticos, no de la gente común. ¿Qué podemos hacer? Un fatalismo está creciendo, disfrazado de realismo. Cedemos a la opción de la guerra creyendo en excusas supuestamente humanitarias, defensivas o preventivas, acudiendo incluso a la manipulación de la información. Demasiado hemos aceptado la guerra —los gobiernos, instituciones, individuos— como una compañera constante de nuestra época. Se ha convertido en un hecho cultural y político. Basta pensar en el debilitamiento del movimiento por la paz en los últimos años.

“La guerra”, dice el Papa alarmado, “no es un fantasma del pasado, sino que se ha convertido en una amenaza constante”. Es el presente, y corre el riesgo de ser el futuro. Esta ardiente contemporaneidad de la guerra es evidente en todas partes: desde el Mediterráneo hasta África y otros lugares. Para muchos, son “sus guerras”: no nos conciernen. Sólo nos afectan si los refugiados vienen a nosotros. Pero las “piezas” de la guerra están soldadas entre sí, creando un clima explosivo, desbordante e involucrando a todos: el fuego puede extenderse. Es ilusorio, en el mundo global, pensar en aislar un conflicto. Y aún así vivimos como si fuera posible.

La encíclica abraza el mundo con su mirada, a la luz de la fraternidad: lo que está lejos sí nos preocupa. La mirada de la fraternidad nunca es miope. Es evangélica y humana, pero también es mucho más realista que muchas ideologías o políticas que se autodefinen como realistas.

El Papa expresa con fuerza la experiencia de humanidad de la Iglesia: “Toda guerra deja al mundo peor que antes”. Desfigura el rostro de la humanidad. Dos guerras mundiales dan testimonio. Los conflictos en curso lo gritan. Nunca la guerra hace que el mundo sea mejor. ¡Es la verdad de la historia! Pero hay una amplia “pérdida del significado de la historia”, dice la encíclica. Su memoria se pierde en el presentismo egocéntrico o en el enfrentamiento exacerbado. El nacionalismo, el populismo exaltan el valor de un grupo particular frente a otros. Mientras tanto, se van vaciando esas grandes palabras, que son verdaderos faros que iluminan a la humanidad: fraternidad, paz, democracia, unidad...

Creíamos que el mundo había aprendido la lección después de tantas guerras y fracasos. Creíamos en el entusiasmo de un mundo de paz después del 1989. En cambio, hemos retrocedido en los logros de paz y en las formas de integración entre los estados. Existe una tendencia a desacreditar las estructuras de diálogo que evitan los conflictos. De esta manera el mundo se vuelve incapaz de prevenir la guerra y luego permite que los conflictos continúen, que se arraiguen durante años, si no décadas, revelando la impotencia de la comunidad internacional.

A la luz de la mirada “fraterna” de un mundo global, realista y visionario, propuesta por la encíclica, es posible comprender el drama de la guerra —cercana o lejana— con su carga de sufrimiento: destrucción del medio ambiente humano y natural, muerte, refugiados, herencia de dolor y odio, terrorismo, armas de todo tipo, crueldad... Las palabras del Papa nos despiertan del entumecimiento colectivo generado por la lógica del conflicto; y por eso escribe: “La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal”.

La guerra nunca queda contenida, sino que se convierte en la madre de todas las formas de pobreza. Es una escuela malvada para los jóvenes y contamina el futuro. Puede parecer ser una solución para la gente desesperada de los suburbios humanos.

La guerra “en pedazos” muestra la arrogante fragmentación del mundo global, que considera un delirio —dice el Papa— los proyectos con grandes objetivos de desarrollo para la humanidad. El mundo global rechaza un proyecto de crecimiento debido a la arrogancia de los intereses subyacentes que lo mueven: por lo que rechaza un gran sueño de paz.

La encíclica muestra que todo el mundo somos guardianes de la paz. Las instituciones tienen la tarea de despertar esta “arquitectura de la paz”. Pero incluso nosotros, la gente común, no podemos ser espectadores. La artesanía de la paz es tarea de todos: hay que atreverse más contra la guerra con una rebelión diaria y creativa. Si muchos pueden hacer la guerra, todos pueden trabajar como artesanos de la paz.

De allí el papel de las religiones. El Papa se refiere al diálogo entre las religiones y al encuentro con el Imán Al-Tayyeb cuando declararon: “Las religiones nunca incitan a la guerra…”. Si lo hacen, se debe a desviaciones y abusos.

Al leer Fratelli tutti, no solo he captado la denuncia de la guerra, sino la esperanza de que la paz es posible. Me recordó la invitación de Juan Pablo II cuando dijo, en un brillante día en Asís en 1986, junto con otros líderes religiosos: “La paz espera a sus profetas... a sus creadores... es una obra abierta a todos, no sólo a los especialistas, sabios y estrategas... pasa a través de mil pequeños actos de la vida cotidiana”. Los pacificadores son hombres y mujeres de la fraternidad.

El Papa Francisco propone verdaderos sueños al mundo global que ha apagado los faros de las grandes palabras y los grandes ideales. Sólo he recordado una, que no es la menor, sino aquella de la que tanto depende: la paz. Concluyo con las palabras de un gran italiano, don Luigi Sturzo, de 1929: “Hay que tener fe en que... la guerra, como medio legal de protección de la ley, debe ser abolida, así como fueron abolidas legalmente la poligamia, la esclavitud, la servidumbre y la venganza familiar”.

Incluso después de las sombras oscuras de la pandemia, esta encíclica abre un horizonte de esperanza: convertirnos en hermanos y hermanas todos. Surge un sueño por el que vivir y luchar, aunque lo hagamos con nuestras propias manos.

 

(Trad. no oficial)