Mensaje
del Santo Padre a los participantes del Foro de "European House
- Ambrosetti"
Publicamos
a continuación el Mensaje que el Santo Padre Francisco ha enviado a
los participantes en el Foro "European House - Ambrosetti"
(Villa d'Este, Cernobbio, 4-5 de septiembre de 2020)
Mensaje
del Santo Padre
Señoras
y señores,
Un
caluroso saludo a todos los que participan en el Foro de European
House-Ambrosetti. Vuestros debates de este año tratan temas
importantes que afectan a la sociedad, la economía y la innovación:
temas que exigen esfuerzos extraordinarios para hacer frente a los
desafíos creados o agravados por la actual emergencia médica,
económica y social.
La
experiencia de la pandemia nos ha enseñado que ninguno de nosotros
se salva solo. Hemos experimentado de primera mano la vulnerabilidad
de la condición humana que nos pertenece y que hace de nosotros una
familia. Hemos llegado a ver más claramente que cada una de nuestras
decisiones personales afecta a la vida de nuestros semejantes, de los
que viven al lado y de los que están en lugares distantes del mundo.
La marcha de los acontecimientos nos ha obligado a reconocer que nos
pertenecemos unos a otros, como hermanos y hermanas que habitan en
una casa común. No habiendo sido capaces de mostrar solidaridad en
la riqueza y en el intercambio de recursos, hemos aprendido a
experimentar la solidaridad en el sufrimiento.
Culturalmente,
este tiempo de prueba nos ha enseñado una serie de lecciones. Nos ha
mostrado la grandeza de la ciencia, pero también sus límites. Ha
puesto en tela de juicio la escala de valores que pone el dinero y el
poder por encima de todo. Obligándonos a quedarnos juntos en casa,
padres e hijos, jóvenes y viejos, nos ha hecho una vez más
conscientes de las alegrías y dificultades de nuestras relaciones.
Nos ha hecho abstenernos de lo superfluo y concentrarnos en lo
esencial. Ha derribado los tambaleantes pilares que sostenían un
determinado modelo de desarrollo. Ante un futuro que parece incierto
y lleno de desafíos, sobre todo en el plano social y económico, nos
ha empujado a dedicar este tiempo a discernir lo que es duradero de
lo que es fugaz, lo que es necesario de lo que no lo es.
En
esta situación, la economía -la oeconomía en su significado humano
más profundo como el gobierno de nuestro hogar terrenal- adquiere
una importancia aún mayor, debido a su estrecha conexión con las
situaciones concretas de la vida de los hombres y mujeres. La
economía debe convertirse en la expresión de un cuidado y una
preocupación que no excluya sino que trate de incluir, que no rebaje
sino que trate de elevar y dar vida. Un cuidado y una preocupación
que se niegue a sacrificar la dignidad humana a los ídolos de las
finanzas, que no dé lugar a la violencia y la desigualdad, y que
utilice los recursos financieros no para dominar sino para servir
(cf. Evangelii Gaudium, 53-60). Porque el verdadero beneficio
proviene de los tesoros accesibles a todos. "Lo que
verdaderamente poseo es lo que puedo ofrecer a los demás" (cf.
Audiencia general, 7 de noviembre de 2018).
En
esta tragedia, que la humanidad entera sigue experimentando, la
ciencia y la tecnología han demostrado ser insuficientes por sí
mismas. Lo que se ha revelado decisivo, en cambio, ha sido el
derroche de generosidad y coraje que han demostrado tantas personas.
Esto debería estimularnos a ir más allá del paradigma
tecnocrático, entendido como una forma única o dominante de abordar
los problemas. Este paradigma, nacido de una mentalidad que buscaba
el dominio del mundo natural, se basaba en el supuesto erróneo de
que «existe una cantidad ilimitada de energía y de recursos
utilizables, que su regeneración inmediata es posible y que los
efectos negativos de las manipulaciones de la naturaleza pueden ser
fácilmente absorbidos»(Cf. CONSEJO PONTIFICIO PARA LA JUSTICIA Y
LA PAZ, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 463; cf.
Laudato Si', 106). Donde la naturaleza y, todavía más, las
personas están implicadas, se necesita otra forma de pensar, que
pueda ampliar nuestra mirada y guiar la tecnología al servicio de un
modelo de desarrollo diferente, más sano, más humano, más social y
más integral.
El
presente es un momento de discernimiento a la luz de los principios
de la ética y el bien común, en aras de la recuperación deseada
por todos. San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús,
emplea frecuentemente el término "discernimiento" en sus
escritos, inspirándose en la gran tradición sapiencial de la Biblia
y, sobre todo, en la enseñanza de Jesús de Nazaret. Cristo exhortó
a todos los que le escucharon, y a nosotros hoy, a no detenerse en lo
externo, sino a discernir sabiamente los signos de los tiempos. Para
ello, son necesarias dos cosas, la conversión y la creatividad.
Necesitamos
experimentar una conversión ecológica para frenar nuestro ritmo
inhumano de consumo y producción y aprender una vez más a entender
y contemplar la naturaleza. Reconectarnos con el mundo que nos rodea.
Trabajar por una reorientación ecológica de nuestra economía, sin
ceder a las presiones del tiempo y de los procesos humanos y
tecnológicos, sino volviendo a relaciones que son experimentadas, no
consumidas.
También
estamos llamados a ser creativos, como los artesanos, ideando nuevas
formas de perseguir el bien común. Esa creatividad sólo puede
provenir de la apertura al aliento del Espíritu, que nos inspira a
intentar nuevas, oportunas e incluso audaces decisiones, como hombres
y mujeres capaces de dar forma a ese desarrollo humano integral al
que todos aspiramos. La creatividad de un amor que pueda devolver un
significado al presente, para abrirlo a un futuro mejor.
Esta
conversión y creatividad implican necesariamente la formación y el
estímulo de la próxima generación de economistas y empresarios.
Por esta razón, les he invitado a reunirse del 19 al 21 de noviembre
próximo en Asís, la ciudad del joven san Francisco, que se despojó
de todo "para elegir a Dios como brújula de su vida, haciéndose
pobre con los pobres, hermano de todos". Su decisión de abrazar
la pobreza dio lugar también a una visión de la economía que sigue
siendo muy actual" (Carta para el evento "La economía
de Francisco", dirigida a los jóvenes economistas y empresarios
de todo el mundo, 1 de mayo de 2019). Es importante invertir en
los jóvenes que serán los protagonistas de la economía del mañana,
formar hombres y mujeres preparados para ponerse al servicio de la
comunidad y la creación de una cultura del encuentro. La economía
de hoy, y los jóvenes y los pobres de nuestro mundo, tienen
necesidad, sobre todo, de vuestra humanidad y de vuestra respetuosa y
humilde fraternidad, y sólo después de vuestro dinero (cf. Laudato
Si', 129; Discurso a los participantes en el Encuentro
"Economía de la Comunión", 4 de febrero de 2017).
Los
trabajos de vuestro Foro prevén también la elaboración de un
programa para Europa. Han transcurrido 70 años desde la Declaración
Schuman del 9 de mayo de 1950, que allanó el camino para la actual
Unión Europea. Ahora más que nunca, Europa está llamada a mostrar
su liderazgo en un esfuerzo creativo para salir del cerco del
paradigma tecnocrático aplicado a la política y la economía. Este
esfuerzo creativo debe ser de solidaridad, el único antídoto contra
el virus del egoísmo, un virus mucho más potente que el Covid-19.
En aquel entonces, la preocupación era la solidaridad en la
producción; hoy en día, la solidaridad debe extenderse a un bien
más preciado: la persona humana. La persona humana debe ocupar el
lugar que le corresponde en el centro de nuestras políticas
educativas, sanitarias, sociales y económicas. Las personas deben
ser acogidas, protegidas, acompañadas e integradas cuando llaman a
nuestras puertas, buscando un futuro de esperanza.
Vuestras
reflexiones también se concentrarán en la ciudad del futuro. No es
casualidad que, en la Biblia, el destino de toda la humanidad se
cumpla en una ciudad, la Jerusalén celestial descrita por el Libro
del Apocalipsis (Capítulos 21-22). Como su nombre indica, es una
ciudad de paz, cuyas puertas están siempre abiertas a todos los
pueblos; una ciudad construida para la gente, hermosa y
resplandeciente: una ciudad de abundantes fuentes y árboles; una
ciudad acogedora donde ya no hay enfermedad ni muerte. Esta elevada
visión puede movilizar las mejores energías de la humanidad para la
construcción de un mundo mejor. Os pido que no bajéis la mirada,
sino que persigáis altos ideales y grandes aspiraciones.
Espero
que estos días de reflexión y discusión sean fructíferos, que
contribuyan a nuestro camino común proporcionando orientación en
medio del estruendo de tantas voces y mensajes, y que se preocupen de
que nadie se pierda en el camino. Os insto a que os esforcéis por
desarrollar nuevas formas de entender la economía y el progreso, a
que combatáis toda forma de marginación, a que propongáis nuevos
estilos de vida y a que deis voz a los que no la tienen.
Concluyo
ofreciéndoos mis mejores deseos con las palabras del salmista: "
¡La dulzura del Señor sea con nosotros! ¡Confirma tú la acción
de nuestras manos!"(Salmos 90:17)
Roma,
San Juan de Letrán, 27 de agosto de 2020
FRANCISCO