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Viaje apostólico de Su Santidad Francisco a Tailandia y Japón (19-26 de noviembre de 2019) - Encuentro con el personal médico del St. Louis Hospital en Bangkok y visita privada a los enfermos y discapacitados., 21.11.2019

Encuentro con el personal médico del St. Louis Hospital en Bangkok y visita privada a los enfermos y discapacitados.

Después de salir del templo de Wat Ratchabophit Sathit Maha Simaram a las 10:50 hora local (4:50 hora de Roma), el Santo Padre Francis se trasladó al Hospital St.Louis.

A su llegada, después de cambiar de coche, el Papa dio una vuelta en papamóvil entre los fieles reunidos en las inmediaciones del hospital. Luego, a las 11:15 hora local (5:15 hora de Roma), tuvo lugar el encuentro con el personal médico del Hospital Saint Louis.

A la entrada del edificio, el Santo Padre fue recibido por S.E. el cardenal Francis Xavier Kriengsak Kovithavanij, arzobispo de Bangkok, por el Prof. Tanin Intragumtornchai, director del hospital, y por el director general de la institución. La monja a cargo del personal de enfermería regaló un ramo de  flores al Papa. Después subieron en ascensor al Auditorio del hospital donde había unas 700 personas entre médicos, enfermeras y personal de  esa institución y de otros centros de asistencia de la Iglesia.

Después del saludo del director del hospital y de la entrega de un regalo, el Papa pronunció unas palabras de saludo para los presentes. Luego, después de la entrega de su obsequio y de la foto de grupo con el cardenal arzobispo de Bangkok, con el arzobispo emérito, S.E. el cardenal Michael Michai Kitbunchu, y con el personal del hospital, el Papa Francisco fue al vestíbulo principal del hospital para visitar de forma privada a los enfermos y discapacitados.

Al final, después de saludar a 40 enfermos individualmente, el Santo Padre regresó en papamóvil a la nunciatura apostólica de Bangkok.

Publicamos a continuación las palabras de saludo que el Papa dirigió al personal médico del St. Louis Hospital durante el encuentro

Saludo del Santo Padre

Queridos amigos:

Me alegra tener esta oportunidad de encontrarme con ustedes, personal médico, sanitario y auxiliar del St. Louis Hospital, y de otros hospitales católicos y centros de caridad. Agradezco al señor Director sus amables palabras de presentación. Para mí es una bendición presenciar, de primera mano, este valioso servicio que la Iglesia ofrece al pueblo de Tailandia, especialmente a los más necesitados. Saludo con afecto a las Hermanas de San Pablo de Chartres, así como a las demás religiosas aquí presentes, y les agradezco la dedicación silenciosa y alegre a este apostolado. Ustedes nos permiten contemplar el rostro materno del Señor que se inclina para ungir y levantar a sus hijos: gracias.

Me alegro de escuchar las palabras del Director sobre el principio que anima este Hospital: Ubi caritas, Deus ibi est; donde hay caridad, allí está Dios. Porque precisamente en el ejercicio de la caridad es donde los cristianos somos llamados no sólo a transparentar nuestro ser discípulos misioneros, sino también a confrontar nuestro seguimiento y el de nuestras Instituciones: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40), dice el Señor; discípulos misioneros sanitarios que se abren a «una fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano [... ] y buscar la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 92).

Desde esta perspectiva, ustedes realizan una de las mayores obras de misericordia, puesto que vuestro compromiso sanitario va mucho más allá de un simple y loable ejercicio de la medicina. Tal compromiso no puede reducirse solamente a realizar algunas acciones o programas determinados, sino que deben ir más allá, abiertos a lo imprevisible. Recibir y abrazar la vida como llega a la emergencia del hospital para ser atendida con una piedad especial, que nace del respeto y amor a la dignidad de todos los seres humanos. Los procesos de sanación también requieren y reclaman el poder de una unción capaz de devolver, en todas las situaciones que se tienen que atravesar, una mirada que dignifica y sostiene. Todos ustedes, miembros de esta comunidad terapéutica, son discípulos misioneros cuando miran a un paciente y aprenden a llamarlo por su nombre. Sé que a veces su servicio puede resultar pesado agotador; conviven con situaciones extremas, lo cual reclama poder ser acompañados y cuidados en su labor. De ahí la importancia de poder desarrollar una pastoral de la salud donde, no sólo los pacientes, sino todos los miembros de esta comunidad puedan sentirse acompañados y sostenidos en su misión. Sepan también que vuestros esfuerzos y el trabajo de las muchas instituciones que representan son el testimonio vivo del cuidado y la atención que estamos llamados a mostrar a todas las personas, especialmente a los ancianos, a los jóvenes y a los más vulnerables.

Este año, St. Louis Hospital celebra el 120 aniversario de sufundación. ¡Cuántas personas fueron calmadas en su dolor, consoladas en sus agobios e incluso acompañadas en su soledad! Al dar gracias a Dios por este don de vuestra presencia durante estos años, les pido para que este apostolado, y otros similares sean, cada vez más, señal y emblema de una Iglesia en salida que, queriendo vivir su misión, se anima a llevar el amor sanador de Cristo a todos los que sufren.

Al final de este encuentro visitaré a los enfermos a los discapacitados, y así podré acompañarlos, al menos mínimamente, en su dolor.

Todos sabemos que la enfermedad siempre trae consigo grandes interrogantes. Nuestra primera reacción puede ser la de rebelarnos y hasta vivir momentos de desconcierto y desolación. Es el grito de dolor y está bien que así sea: el propio Jesús lo sufrió y lo hizo. Con la oración queremos unirnos también nosotros al suyo.

Al unirnos a Jesús en su pasión descubrimos la fuerza de su cercanía a nuestra fragilidad y a nuestras heridas. Se trata de una invitación a aferrarnos fuertemente a su vida y entrega. Si a veces sentimos en el interior “el pan de la adversidad y el agua de la aflicción”, recemos para poder encontrar también, en una mano tendida, la ayuda necesaria para descubrir el consuelo que viene del “Señor que no se esconde” (cf. Is 30,20), y que está cerca acompañándonos.

Pongamos este encuentro y nuestras vidas bajo la protección de María, precisamente bajo su manto. Que ella vuelva sus ojos llenos de misericordia hacia ustedes, especialmente en el momento del dolor, la enfermedad y toda forma de vulnerabilidad. Que ella los ayude con la gracia de encontrar a su Hijo en la carne herida de las personas a quienes sirven.

A todos ustedes y a sus familias los bendigo. Y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí.

Muchas gracias.