Por la tarde, el Santo Padre Francisco dejó el Palacio de la Curia y se trasladó en papamóvil al barrio de Barbu Lăutaru de Blaj, donde a las 15:30 (14:30 hora de Roma) se encontró con la comunidad rom de la ciudad en la nueva iglesia dedicada a san Andrés. Apóstol y al beato Ioan Suciu.
A su llegada, el Papa fue recibido por el obispo de la Curia Arzobispal Mayor, una familia y algunos niños que le regalaron unas flores que colocó frente al icono de la Virgen. Antes de entrar en la iglesia, dentro de la cual había unas 60 personas, el obispo llevó al Papa Francisco una cruz y agua bendita para rociar. Luego, después del testimonio de un sacerdote greco-católico de origen rom y de un canto interpretado por los niños, el Santo Padre pronunció unas palabras de saludo. Al final, después del rezo del Padre Nuestro y la bendición final, el Santo Padre se desplazó de Blaj a Sibiu para despedirse de Rumania.
Publicamos las palabras de saludo que el Santo Padre dirigió a la comunidad rom durante el encuentro
Saludo del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas: buenas tardes.
Me alegra encontraros y os doy las gracias por vuestra acogida. Tú, Don Ioan, no te equivocas en afirmar esa certeza tan evidente como a veces olvidada: en la Iglesia de Cristo hay un lugar para todos. Si no fuese así no sería la Iglesia de Cristo. La Iglesia es lugar de encuentro y tenemos necesidad de recordarlo no como un bello slogan, sino como parte del carnet de identidad de nuestro ser cristianos. Nos lo has recordado al poner como ejemplo al obispo mártir Ioan Suciu que supo plasmar con gestos concretos el deseo del Padre Dios de encontrarse con cada persona en la amistad y en el compartir. El Evangelio de la alegría se transmite en la alegría del encuentro y de saber que tenemos un Padre que nos ama. Mirados por él, entendemos cómo hemos de mirarnos entre nosotros. Con este espíritu he deseado estrechar vuestras manos, poner mis ojos en los vuestros, haceros entrar en el corazón, en la oración, con la confianza de entrar yo también en vuestra oración, en vuestro corazón.
Sin embargo, llevo un peso en el corazón. Es el peso de las discriminaciones, de las segregaciones y de los maltratos que han sufrido vuestras comunidades. La historia nos dice que también los cristianos, también los católicos, no son ajenos a tanto mal. Quisiera pedir perdón por esto. Pido perdón —en nombre de la Iglesia al Señor y a vosotros— por todo lo que a lo largo de la historia, os hemos discriminado, maltratado o mirado de forma equivocada, con la mirada de Caín y no con la de Abel, y no fuimos capaces de reconoceros, valoraros y defenderos en vuestra singularidad. A Caín no le importa su hermano. La indiferencia es la que alimenta los prejuicios y fomenta los rencores. ¡Cuántas veces juzgamos de modo temerario, con palabras que hieren, con actitudes que siembran odio y crean distancias! Cuando alguno viene postergado, la familia humana no camina. No somos en el fondo cristianos, ni siquiera humanos, si no sabemos ver a la persona antes que sus acciones, antes que nuestros juicios y prejuicios.
Siempre, están Abel y Caín en la historia de la humanidad. Está la mano extendida y la mano que golpea. Está la apertura del encuentro y el cierre del enfrentamiento. Hay acogida y hay descarte. Está quien ve en el otro a un hermano y quien lo considera un obstáculo en su camino. Está la civilización del amor y está la del odio. Cada día hay que elegir entre Abel y Caín. Como ante una encrucijada, a menudo se pone ante nosotros una elección decisiva: recorrer la vía de la reconciliación o la de la venganza. Elijamos la vía de Jesús. Es una vía que comporta fatiga, pero es la vía que conduce a la paz; y pasa a través del perdón. No nos dejemos llevar por el odio que brota dentro de nosotros: nada de rencor. Porque ningún mal resuelve otro mal, ninguna venganza arregla una injusticia, ningún resentimiento es bueno para el corazón, ninguna clausura acerca.
Queridos hermanos y hermanas: Vosotros como pueblo tenéis un rol principal que tomar y no debéis tener miedo a compartir y ofrecer esas notas particulares que os constituyen y que señalan vuestro caminar, y de las que tenemos tanta necesidad: el valor de la vida y de la familia en sentido amplio —primos, tíos…—; la solidaridad, la hospitalidad, la ayuda, el apoyo y la defensa de los más débiles dentro de su comunidad; la valorización y el respeto a los ancianos —este es un gran valor que tenéis—; el sentido religioso de la vida, la espontaneidad y la alegría de vivir. No privéis a las sociedades donde os encontréis de estos dones y animaos también a recibir todo lo bueno que los demás os puedan brindar y aportar. Por eso os quiero invitar a caminar juntos, allí donde estéis en la construcción de un mundo más humano, superando los miedos y sospechas, dejando caer las barreras que nos separan de los demás, y favoreciendo la confianza recíproca en la paciente y siempre útil búsqueda de la fraternidad. Luchar para caminar juntos, «con dignidad: la dignidad de la familia, la dignidad del trabajo, la dignidad de ganarse el pan de cada día —sí, esto es lo que te hace avanzar— y la dignidad de la oración. Siempre mirando hacia adelante» (Encuentro de oración con el pueblo gitano, 9 mayo 2019).
Este encuentro es el último de mi visita en Rumanía. He venido a este país bello y acogedor, he venido como peregrino y hermano, para encontrar. Os he encontrado a vosotros, he encontrado a tanta gente, para construir un puente entre mi corazón y el vuestro. Y ahora regreso a casa, vuelvo enriquecido, llevando conmigo lugares y momentos, pero sobre todo llevando conmigo vuestros rostros. Vuestros rostros colorearán mis recuerdos y poblarán mi oración. Os doy las gracias os llevo conmigo. Y ahora os bendigo, pero antes os pido un gran favor: rezad por mí. Gracias.
[Padrenuestro en rumano]
Ahora os daré una bendición. Y quisiera bendecir toda vuestra familia, todos vuestros amigos, toda la gente que conocéis.
[Bendición]
Hasta pronto.