Esta mañana, el Santo Padre Francisco salió de la Nunciatura Apostólica para trasladarse en automóvil al aeropuerto internacional de Bucarest. A su llegada fue recibido por el alcalde de la ciudad, el presidente de la región y el prefecto.
A las 7.40 (6.40 hora de Roma), a bordo de un B737 de TAROM, el Santo Padre partió hacia Târgu Mureș donde su avión aterrizó a las 8.20 (7.20 hora de Roma). A su llegada, el Papa fue recibido por el alcalde Dorin Florea, el presidente del Consejo Provincial de Mureș, Péter Ferenc y el prefecto del Consejo de Mureș, Mircea Duşa. Inmediatamente después, debido a las condiciones climáticas, el Santo Padre se trasladó en automóvil al Santuario de Sumuleu Ciuc, donde fue recibido por el arzobispo de Alba Iulia, S.E. Mons. György Mklós Jakubinyi y las autoridades locales.
A las 11.30 (10.30 hora de Roma), el Santo Padre presidió la santa misa votiva de María, Madre de la Iglesia, durante la cual pronunció la homilía, en presencia de un centenar de personas, entre las cuales la primera ministra Viorica Dăncilă y, como simple peregrino, el presidente de Hungría, János Áder.
Al final de la celebración, el Papa regaló una rosa dorada a la Virgen. Luego, después del saludo del arzobispo de Alba Iulia y la bendición final, el Santo Padre se trasladó en automóvil a la Casa Archidiocesana Jakab Antal Ház donde almorzó y fue recibido por el director y algunos colaboradores de la casa.
Publicamos la homilía pronunciada por el Santo Padre durante la santa misa
Homilía del Santo Padre
Con alegría y agradecimiento a Dios, me encuentro hoy con vosotros, queridos hermanos y hermanas, en este querido Santuario mariano, rico de historia y de fe, donde como hijos venimos a encontrarnos con nuestra Madre y a reconocernos como hermanos. Los santuarios, lugares casi “sacramentales” de una Iglesia hospital de campaña, guardan la memoria del pueblo fiel que en medio de sus tribulaciones no se cansa de buscar la fuente de agua viva donde refrescar la esperanza. Son lugares de fiesta y celebración, de lágrimas y petición. Venimos a los pies de la Madre, sin muchas palabras, a dejarnos mirar por ella y que con su mirada nos lleve a aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6).
No lo hacemos de cualquier manera, somos peregrinos. Aquí, cada año, el sábado de Pentecostés, peregrináis para honrar el voto de vuestros antepasados y para fortalecer la fe en Dios y la devoción a la Virgen, representada en su imponente talla. Esta peregrinación anual pertenece a la herencia de la Transilvania, pero honra de forma conjunta las tradiciones religiosas rumanas y húngaras, en la que participan también fieles de otras confesiones, y es un símbolo de diálogo, unidad y fraternidad; una llamada a recuperar los testimonios de fe hecha vida y de vida hecha esperanza. Peregrinar es saber que venimos como pueblo a nuestra casa. Es saber que tenemos conciencia de ser pueblo. Un pueblo cuya riqueza son sus mil rostros, mil culturas, lenguas y tradiciones; el santo Pueblo fiel de Dios que con María peregrina cantando la misericordia del Señor. Si en Caná de Galilea, María intercedió ante Jesús para que realizara el primer milagro, en cada santuario vela e intercede no sólo ante su Hijo sino también ante cada uno de nosotros para que no nos dejemos robar la fraternidad por las voces y las heridas que alimentan la división y fragmentación. Los complejos y tristes acontecimientos del pasado no se deben olvidar o negar, pero tampoco pueden constituir un obstáculo o un motivo para impedir una anhelada convivencia fraterna. Peregrinar significa sentirse convocados e impulsados a caminar juntos pidiéndole al Señor la gracia de transformar viejos y actuales rencores y desconfianzas en nuevas oportunidades para la comunión; es desinstalarse de nuestras seguridades y comodidades en la búsqueda de una nueva tierra que el Señor nos quiere regalar. Peregrinar es el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de no tener miedo a mezclarnos, encontrarnos y ayudarnos. Peregrinar es participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, caravana siempre solidaria para construir la historia (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 87). Peregrinar es mirar no tanto lo que podría haber sido —y no fue—, sino todo aquello que nos está esperando y no podemos dilatar más. Es creerle al Señor que viene y que está en medio de nosotros promoviendo e impulsando la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad y justicia (cf. ibíd., 71). Peregrinar es el compromiso de luchar para que los rezagados de ayer, sean los protagonistas del mañana, y los protagonistas de hoy no se vuelvan los rezagados del mañana. Y esto, hermanos y hermanas, requiere el trabajo artesanal de tejer juntos el futuro. Por eso estamos aquí para decir juntos: Madre enséñanos a hilvanar el futuro.
Peregrinar a este santuario nos hace volver la mirada a María y al misterio de la elección de Dios. Ella, una muchacha de Nazaret, pequeña localidad de Galilea, en la periferia del imperio romano y también en la periferia de Israel, con su “sí” fue capaz de poner en marcha la revolución de la ternura (cf. ibíd., 88). El misterio de la elección de Dios que pone sus ojos en lo débil para confundir a los fuertes nos impulsa y anima también a nosotros a decir sí, como ella, como María, para transitar los senderos de la reconciliación.
Hermanos y hermanas, no olvidemos: al que arriesga, el Señor no lo defrauda. Caminemos y caminemos juntos, arriesguemos, dejando que sea el Evangelio la levadura que lo impregne todo y regale a nuestros pueblos la alegría de la salvación, en la unidad y en la fraternidad.