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Audiencia a los participantes en el Capítulo General del Instituto de la Caridad (Rosminianos), 01.10.2018

A las 10.30 de esta mañana, en el Salón de los Papas del Palacio Apostólico, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los participantes en el Capítulo General del Instituto de la Caridad (Rosminianos) y les ha dirigido el discurso que publicamos a continuación:

Discurso del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Me complace recibiros con motivo de vuestra Congregación general y os saludo a todos con afecto, empezando por el Prepósito General, el  Padre Vito Nardin, a quien agradezco sus palabras. Vuestra visita muestra el apego a la Iglesia y a la Santa Sede recomendado y vivido por vuestro fundador, el Beato Antonio Rosmini. Vivió heroicamente. Le gustaba repetir: «El cristiano debe alimentar en sí mismo un afecto, un apego y un respeto sin límite alguno por la Santa Sede del Romano Pontífice» (Máximas de perfección cristiana aptas para todo tipo de personas, Lección III, n. 6). La fidelidad a la sede de Pedro expresa la unidad en la diversidad y la comunión eclesial, un elemento indispensable para una misión fructífera.

Durante vuestra asamblea, os habéis propuesto reflexionar sobre el tema “Sed perfectos… sed misericordiosos”. Se trata de poner en primer plano la alegre noticia de que todo cristiano está llamado a la santidad, y de recorrer este camino juntos en la caridad. Esta perspectiva, exquisitamente evangélica, es un punto focal de la enseñanza de vuestro fundador, que se encuentra de manera especial en el libro de las Máximas. La santidad y el ejercicio de las virtudes no están reservadas a unos pocos, y tampoco a un momento particular de la existencia. Todos pueden vivirlas en fidelidad diaria a la vocación cristiana; los consagrados, en particular, en la adhesión fiel a la profesión religiosa. En este sentido, el Beato Rosmini rezaba: «Oh Dios, envíanos a tus héroes». Era evidente en él lo que he señalado en el reciente Motu proprio Majorem hac dilectionem sobre la heroicidad de la vida , es decir, «un ofrecimiento de la vida por los demás, perseverando hasta  la muerte» (n. 5). La santidad es el camino de la verdadera reforma de la Iglesia, que, como vio claramente Rosmini, transforma el mundo en la medida en que ella misma reforma.

Vuestro fundador quiso atribuir a su familia religiosa la denominación “Instituto de la caridad”, precisamente para resaltar la supremacía de la virtud de la caridad, que, como dice el Apóstol, debe colocarse «por encima de todo» (Col 3, 14) ). Y Rosmini acompañaba la caridad con una fuerte “firmeza interior”, intrépido en el “callar”: su ejemplo os impulse a progresar en la fecundidad del silencio interior y en el heroísmo del silencio exterior. Este es el camino que produce  frutos de bien y de santidad, el camino que los santos han recorrido y que la Iglesia indica a cada creyente. También es importante mantener esa “santa indiferencia” que vuestro fundador sacó de San Ignacio de Loyola: sin ella no es posible actuar una auténtica caridad universal.

En vuestra actividad eclesial, os invito a disponer las obras de caridad corporal, intelectual, espiritual y pastoral de manera que secunden siempre al Espíritu Santo que indica dónde, cuándo y cómo amar. En lo que respecta a la acción educativa, no se limita simplemente a la instrucción, sino a la caridad intelectual. En efecto, el centro viviente de la educación cristiana es la ciencia que se transmite a partir de la Palabra de Dios, cuya plenitud es Jesucristo, Verbo hecho carne. Vuestra presencia apostólica se ha irradiado en la India, Tanzania y Kenia, así como en los Estados Unidos de América y Europa: Os animo a ser hombres con las manos siempre tendidas  hacia los que sufren, para llevarles el socorro de la fe y de la caridad. Pienso en particular en vuestros Hermanos y en las Hermanas Rosminianas que trabajan en Venezuela, llamados a dar testimonio de  cercanía espiritual y material a  la población sometida a pruebas muy duras.

También es bueno que vuestro Instituto continúe reflexionando atentamente sobre su  propio carisma y, considerando los frutos que han madurado a lo largo de los años, pueda abrirse cada vez más a las expectativas de la Iglesia y del mundo. Con la luz del Espíritu Santo, encontraréis los caminos para continuar con renovado empuje, captando los signos de los tiempos, las urgencias sociales y las pobrezas espirituales y materiales de cuantos  esperan palabras y gestos de salvación y esperanza. En esta obra apostólica os ayudan los “Adscritos”, clérigos y laicos que, viviendo en el mundo, desean alcanzar la perfección evangélica en comunión con vuestro Instituto. Es bueno que participen cada vez más de vuestra vida comunitaria.

Queridos hermanos, vuestro Instituto, con la especificidad del carisma rosminiano, aún puede ofrecer un servicio válido en el anuncio del Evangelio. Os exhorto a que propongáis con constancia y amplitud de horizontes el patrimonio espiritual y doctrinal que habéis heredado. No os desalienten las dificultades inevitables, sino que os empujen, a confiar siempre en Dios para continuar con alegría y esperanza la misión que os ha confiado. Que el Espíritu Santo os haga  instrumentos vivientes de caridad universal en la Iglesia y en el mundo, capaces de ayudar a cuantos encontréis en vuestro apostolado a renovar incesantemente la esperanza, que «no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5, 5).

Os encomiendo a la protección maternal de la Virgen María y os imparto de corazón la bendición apostólica. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.