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Homilía del Cardenal Secretario de Estado con motivo de la celebración final de la "peregrinatio" de la urna con los restos de San Juan XXIII, 09.06.2018

Publicamos a continuación la homilía que el Emmo. Cardenal Pietro Parolin,  Secretaria de Estado, ha pronunciado esta tarde en  Sotto il Monte (Bérgamo) durante la santa misa con la que ha concluido la peregrinatio de la urna con los restos de San Juan XXIII.

Homilía del Cardenal Secretario de Estado


Eminencias, Excelencias, distinguidas autoridades,
Reverendos sacerdotes, queridos religiosos y religiosas, queridos hermanos y hermanas en el Señor,

Quisiera ante todo daros el saludo y la bendición del Santo Padre Francisco, a quien extendemos nuestro cordial agradecimiento por haber hecho posible esta peregrinatio de los restos mortales del Santo Papa Juan XXIII.
Estoy agradecido al obispo, Mons. Francesco Beschi, por haberme invitado a presidir esta santa eucaristía y al saludo del Papa  uno mi alegría de estar con vosotros en esta feliz ocasión. Un saludo cordial a los cardenales y obispos presentes, a los sacerdotes, consagrados y consagradas y a cada uno de vosotros.

Es justo pronunciar también unas palabras de gratitud a todos los que han contribuido  a la organización y desarrollo de este evento, -que ha tenido  lugar durante un período de 18 días-, en particular a los numerosos voluntarios, que con su valiosa colaboración y disponibilidad  han asegurado su éxito y a las Fuerzas de Policía que han garantizado su seguridad.

Esta peregrinatio ha sido  un evento de gracia, que ha contado con una participación extraordinaria de los fieles, muchos de los cuales se han acercado a  los sacramentos, especialmente a la confesión. Ha sido una iniciativa que ha involucrado profundamente a toda la diócesis de Bérgamo en un testimonio alegre de fe y de amor y que es un buen augurio para el futuro.

Por tanto, espero que sea una oportunidad especial para la renovación eclesial y civil, siguiendo las líneas trazadas por el obispo durante la  preparación para la peregrinatio y como fruto de ella: la pobreza de espíritu, la profundidad del alma, la luminosidad de la cordialidad y el coraje del ecumenismo. Pobreza, alma, cordialidad, ecumenismo, que se convierten en acróstico de “pace” (paz).

El Papa Juan era un hombre bueno, llegó a ser santo porque era un hombre completamente abandonado al proyecto que Dios tenía sobre él. Con su humildad y sabiduría, decía: " Il Signore mi ha fatto nascere da povera gente e ha pensato a tutto. Io l’ho lasciato fare” (El Señor hizo que naciera de gente pobre y pensó en todo. Yo lo dejé hacer. "(Giornale dell’anima, junio de 1957). Secundó el soplo del Espíritu Santo, que lo modeló, transformándolo en  presencia reconocible de Cristo entre sus hermanos. Por lo tanto, se convirtió en un verdadero puente entre el cielo y la tierra, un pontífice en el sentido literal del término, una vía de unión para permitir que la libertad humana se encontrase con la majestad, la bondad y la santidad de Dios.

Sus palabras y gestos expresaban ​​autoridad y amabilidad,  firmeza serena y benevolencia, audacia y  prudencia, paternidad espiritual y condescendencia  fraternal y el mundo quedó sorprendido, porque instintivamente, incluso los más alejados y menos instruidos, percibían que esa simplicidad y esa jovialidad en su trato,  eran el resultado de un trabajo constante de afinación del carácter, eran el producto del camino sincero y profundo de un alma a la búsqueda de lo esencial, el fruto de una larga experiencia y de muchas lecturas meditadas, eran el salario espléndido de la oración y de la caridad.

El 1 de octubre de 1959 escribió en el Giornale dell’anima: “Si incomincia dalla terra dove sono nato e poi si prosegue fino al cielo”.(Se empieza  desde la tierra donde nací y luego se sigue  hasta el cielo). A imitación del Hijo de Dios - que desde Belén y Nazaret desarrolló su misión para volver al cielo una vez seguida perfectamente la voluntad del Padre - Juan XXIII dio los primeros pasos, aprendió e hizo suyos los valores fundamentales de la existencia en su pueblo natal de Sotto il Monte, dentro de su núcleo familiar, escaso de medios materiales, pero rico por  la vida cristiana que allí se respiraba. Escribía a su familia el 20 de diciembre de 1932: Io ho dimenticato molto di ciò che ho letto sui libri, ma ricordo ancora benissimo tutto quello che ho appreso dai genitori e dai vecchi. Per questo non cesso di amare Sotto il Monte e godo di tornarvi ogni anno. Ambiente semplice, ma pieno di buoni principi, di profondi ricordi, di insegnamenti preziosi” (He olvidado  mucho de lo que leí en los libros, pero aún recuerdo muy bien todo lo que aprendí de mis padres y de los ancianos. Por eso no dejo de amar Sotto il Monte  y disfruto volviendo cada año. Ambiente sencillo, pero lleno de buenos principios, de recuerdos profundos, de enseñanzas preciosas).

Para entender el trabajo del sacerdote, obispo y cardenal Giuseppe Roncalli, así como del  luego pontífice Juan XXIII, se debe partir de su fe sólida, laboriosa, tranquila, confiada en Dios, en su Madre María y en los santos, aprendida en Sotto il Monte . Es su estabilidad granítica en la fe la que lo hizo, al mismo tiempo, paciente y audaz.

Precisamente debido a la escrupulosa fidelidad a Cristo, para difundir al máximo la luz del Evangelio, no escatimó ningún esfuerzo para encontrar palabras que supieran interesar, involucrar  e incluso conmover a todas las personas de buena voluntad, incluso más allá de los límites visibles de la Iglesia. Hizo hincapié  en las cosas que unen, para promover un clima propicio al establecimiento de relaciones de mutuo respeto y cordialidad, incluso con los más alejados o con los antiguos adversarios. “Gesù è venuto per abbattere queste barriere; Egli è morto per proclamare la fraternità universale; il punto centrale del suo insegnamento è la carità”. (Jesús vino a derribar estas barreras; murió para proclamar la fraternidad universal; el punto central de su enseñanza es la caridad ", afirmó en la homilía de Pentecostés de 1944.

Juan XXIII revelaba un lenguaje y una acción proféticos. No medía la bondad de los resultados de inmediato, sino que buscaba esparcir semillas que dieran frutos en su momento. La serena y soberana libertad interior de su ánimo era percibida por sus interlocutores que entreveían en él al hombre de Dios, que piensa y actúa con magnanimidad, que apoya y fomenta el bien, que, en un mundo dividido y roto, quiere ser un signo de la concordia, que no tiene otro programa que proponer que el de la verdad, del bien y de  la paz.

Él encarnó con autoridad y credibilidad la buena nueva que trajo Cristo, y por lo tanto fue capaz de dar  esperanza incluso en las situaciones humanas más difíciles. Consideremos, por ejemplo, el episodio acaecido durante su visita a la cárcel romana de Regina Coeli, cuando un detenido se arrodilló  ante él y le preguntó: "¿Las palabras de esperanza que ha pronunciado valen también para  mí, que soy un gran pecador?”, recibiendo el abrazo del Papa, en medio del asombro y la emoción de todos.

El Papa Juan XXIII leía en los acontecimientos de la historia no sólo la lista funesta de dramas y tragedias causadas por los pecados de los seres humanos, sino en primer lugar, la potencia  y la grandeza misericordiosa del proyecto de salvación de Dios. Los hombres y mujeres de su tiempo eran por lo tanto, exhortados a comprometerse resueltamente y con una esperanza motivada en encender llamas de bien, en lugar de demorarse  quejándose de la oscuridad.

En el apogeo de la Primera Guerra Mundial (11 de febrero de 1918), escribía: “Non ho mai conosciuto un pessimista che abbia concluso qualcosa di buono. E siccome noi siamo chiamati a fare il bene più che a distruggere il male, ad edificare più che a demolire, per questo mi pare… di dover proseguire per la mia via di perenne ricerca del bene”(No he conocido nunca a un pesimista que haya terminado algo bueno. Y ya que estamos llamados a hacer el bien más que a destruir el mal, a construir más que a demoler ...me parece que tengo que seguir por mi camino en busca perenne del bien).

Su férrea fe se transformaba en valentía intrépida. Seguro de la presencia y de la asistencia perenne del Espíritu Santo a su Iglesia, pudo asumir la responsabilidad de convocar un concilio ecuménico que reuniese  a toda la Iglesia para actualizar la forma de proponer la verdad evangélica, para encontrar lenguajes y métodos adecuados para que el hombre contemporáneo encontrase las verdades perennes del Evangelio, facilitando el encuentro del hombre con su Salvador.

Angelo Giuseppe Roncalli pasó cerca de 20 años en las misiones diplomáticas; en Bulgaria y luego en Turquía y Grecia, antes de llegar a la de París, y  tuvo en aquellos años ocasiones  para comprender plenamente los efectos de la trágica división entre la Iglesia católica y la ortodoxa.

El ecumenismo, por lo tanto, se convirtió para él en una necesidad para permanecer fiel al Señor en la acción diaria. Era consciente de la complejidad y la dificultad del camino destinado a restablecer la plena comunión, sabiendo que los tiempos y los caminos estaban reservados a la Providencia. Estaba seguro, sin embargo,  de que era necesario iniciar un nuevo capítulo hecho de insólitas atenciones mutuas, de gestos simbólicos y actos fraternales que, a partir de la valorización del tesoro de lo que une,  abriera una ruta destinada a llevar a la plena unidad visible, para ser realmente testigos resplandecientes de la Resurrección de Cristo.

El escándalo de la separación y, a veces, de la hostilidad abierta, entre quienes se profesan cristianos no podían encontrar respuesta solo en la  oración. Esta última,  al contrario, debía suscitar una serie de iniciativas encaminadas a cambiar los corazones, abriendo una nueva era, no de alejamiento de algún punto de la doctrina para satisfacer un  irenismo a cualquier precio, sino de serenidad de los ánimos, de colaboración posible, de acción responsable hacia la concordia.

Todavía no hemos alcanzado la unidad visible entre los cristianos, pero, sin embargo ¡Cuánto camino hemos recorrido! ¡Cuántos obstáculos se han eliminado del sendero, cuántos malentendidos se han disuelto! El ecumenismo de la caridad, así como el conocimiento y la frecuentación mutua  también nos hacen ver ahora la aspereza del camino de una forma totalmente nueva. Sin duda, una parte considerable del mérito se debe a vuestro paisano, el Papa Juan, a su valor sereno, a su capacidad de encontrar formas de diálogo auténtico.

San Juan XXIII, imitando al Buen Pastor de quien las lecturas de hoy nos hablan, buscó a las ovejas dispersas y las cuidó, reuniéndolas y pastoreándolas  por amor del Señor. Dedicó toda su vida a Cristo y a la Iglesia, con celo y generosidad, sin escatimar esfuerzos y sin exigir resultados inmediatos, pero ofreciendo un testimonio indeleble de santidad. Se fío plenamente de Jesús y el Señor le confió su rebaño para confirmarlo en la verdad y guiarlo en el camino de la salvación.

Al querer  ser un puente de reconciliación entre los hombres y Dios, el Papa Roncalli también se convirtió en un factor de reconciliación entre las naciones en un mundo amenazado por las armas de destrucción masiva y la aguda tensión de la "guerra fría". Aquí se realiza plenamente ese itinerario que lo llevó desde Sotto il  Monte a ser un eficaz artífice de paz para todo el mundo.

Queridos hermanos y hermanas, la peregrinatio os ha acercado más a vuestro ilustre paisano  que se ha convertido en un alma grande, en una señal transparente de la bondad y la paternidad de Dios. Uno que  “da fratello divenne padre per volontà di Nostro Signore”, (de hermano se hizo padre por voluntad de Nuestro Señor), como afirmó en el famoso discurso de la luna, en esa noche memorable del 11 de octubre de 1962, el día de apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II.

En esta maravillosa tarde, brota de mí un saludo espontáneo a cada uno de vosotros y a vuestras familias, para que hagáis vuestras  las palabras que el joven don Giuseppe Roncalli escribía en el Giornale dell’anima en mayo de 1919: Oh, come è vero che basta fidarsi completamente del Signore per sentirsi provveduti di ogni cosa!”(Oh, ¡cómo es verdad que basta fiarse por completo del Señor para sentirse provistos de todo!).

Fiaos plenamente del Señor, dejadlo entrar en las casas, en los lugares de trabajo y estudio, que  habite también los sentimientos, los proyectos  y las diversiones, para que os  bendiga y os conceda su gracia, sin la cual no se puede hacer nada bueno. Confiaos a  Él, que puede hacer de cada pobre alma un jardín que difunde el olor del bien en todas partes.

Y nunca olvidéis estas otras palabras pronunciadas por el Papa Juan, que en estos días de  la peregrinatio os han guiado, como temas espirituales, paso a paso: “Figli di Bergamo, di questa Chiesa che amo, fatevi coraggio, fatevi onore… Richiamo a tutti voi ciò che vale di più: Gesù Cristo, la Chiesa, il Vangelo”. “Vi esorto a progredire nella bontà, nella virtù, nella generosità, affinché i Bergamaschi siano sempre degni di Bergamo”.(Hijos de Bérgamo, de esta Iglesia que amo, animaos,  honraos... Os recuerdo a todos lo que más vale: Jesucristo, la Iglesia, el Evangelio ". "Os exhorto a progresar en la bondad, en la virtud, en la generosidad, para que los bergamascos sean siempre dignos de Bérgamo".

San Juan XXIII, ruega por nosotros, para que podamos caminar en la luz y la gracia del Señor todos los días de nuestras vidas y hacer bien nuestra peregrinación terrenal, nuestra santa peregrinatio.

Así sea.