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Audiencia a los dirigentes y a los miembros del periódico “Avvenire”, 01.05.2018

Esta mañana, a las 11.45, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los dirigentes y a los miembros del periódico “Avvenire”, acompañados por sus familiares, en ocasión del 50.mo desde su fundación.

Sigue el discurso que el Papa ha dirigido a los presentes durante el encuentro:

Discurso del Santo Padre

Queridos amigos de Avvenire: En vosotros saludo a un laicado que obra en un ámbito relevante y difícil como el de la comunicación. Saludo al Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, el cardenal Gualtiero Bassetti, a quien agradezco sus palabras, al Secretario General, Mons. Galantino, y a Mons. Semeraro, que preside vuestro Consejo de Administración.

Me alegra compartir este momento con vosotros y hacerlo en la jornada dedicada a San José Obrero. Es fácil tener apego a la imagen de San José y encomendarse a su intercesión. Pero para ser realmente amigos suyos es necesario seguir sus huellas, que revelan un reflejo del estilo de Dios.

José es el hombre del silencio. A simple vista, podría incluso parecer la antítesis del comunicador. En realidad, solo apagando el ruido del mundo y nuestras mismas charlas es posible la escucha, que sigue siendo la condición previa de toda comunicación. El silencio de José está habitado por la voz de Dios y genera esa obediencia de la fe que lleva a configurar la existencia dejándose guiar por su voluntad.

No por casualidad, José es el hombre que sabe despertarse y levantarse en la noche, sin desanimarse bajo el peso de las dificultades. Sabe caminar en la oscuridad de algunos momentos en los que no entiende completamente, fuerte de una llamada que lo coloca frente al misterio, del que acepta dejarse involucrar y al que se entrega sin reservas.

José es, pues, el hombre justo, capaz de confiarse al sueño de Dios llevando adelante sus promesas. Es el custodio discreto y atento, que sabe hacerse cargo de las personas y de las situaciones que la vida ha confiado a su responsabilidad. Es el educador que - sin pretender nada para sí mismo - se vuelve padre gracias a su estar, a su capacidad de acompañar, de hacer crecer la vida y transmitir un trabajo. Sabemos cuánto sea importante este último aspecto, con el que está relacionado la fiesta de hoy. Precisamente al trabajo, de hecho, está estrechamente vinculada la dignidad de la persona: no al dinero, ni a la notoriedad o al poder, sino al trabajo. Un trabajo que permita a cada uno, cualquiera sea su función, generar esa actividad empresarial entendida como “actus personae” (cfr.Enc. Caritas in veritate, 41), donde la persona y su familia siguen siendo más importantes que la eficiencia como fin en sí misma.

Pensándolo bien, desde la carpintería de Nazaret a la redacción de Avvenire, ¡el paso no es tan largo!

Seguramente, en vuestra “caja de herramientas” hoy hay instrumentos tecnológicos que han cambiado profundamente la profesión, e incluso la misma manera de escuchar y pensar, de vivir y comunicar, de interpretarse y relacionarse. La cultura digital os ha pedido una reorganización del trabajo, junto con una disponibilidad aún mayor a colaborar entre vosotros y a unificaros con las cabeceras que se apoyan a la Conferencia Episcopal Italiana: la Agencia Sir, Tv 2000 y el circuito radiofónico InBlu. Análogamente a lo que está sucediendo en el sector de la comunicación de la Santa Sede, la convergencia y la interactividad permitidas por las plataformas digitales tienen que favorecer sinergia, integración y gestión unitaria. Esta transformación requiere programas de formación y actualización, conscientes de que el apego al pasado podría revelarse como una tentación perniciosa. Auténticos servidores de la tradición son aquellos que, al recordarla, saben discernir los signos de los tiempos (Gaudium et Spes, 11) y abrir nuevos tramos del camino.

Todo esto, probablemente, ya es parte de vuestro compromiso diario dentro de un desarrollo tecnológico que cambia globalmente la presencia de los medios de comunicación, la posesión de información y del conocimiento. En este escenario, la Iglesia siente que no puede permitir que su voz falte, para ser fiel a la misión que la llama a anunciar a todos el Evangelio de la misericordia. Los medios de comunicación nos ofrecen un potencial enorme para contribuir, con nuestro servicio pastoral, a la cultura del encuentro.

Para enfocar dicha misión, entremos unos momentos juntos en el taller del carpintero, volvamos a la escuela de San José, donde la comunicación se reconduce a la verdad, la belleza y el bien común.

Como tuve ocasión de observar, hoy "la velocidad con la que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no permite una expresión mesurada y correcta de uno mismo." (Mensaje para la 48º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 1 de junio de 2014). Incluso como Iglesia, estamos expuestos al impacto y a la influencia de una cultura de la prisa y de la superficialidad: más que la experiencia, lo que cuenta es lo que es inmediato, a mano y que puede ser consumido inmediatamente; en lugar de confrontación y profundización, se corre el riesgo de exponerse a la pastoral del aplauso, a la nivelación del pensamiento, a una desorientación generalizada de opiniones que no se encuentran.

El carpintero de Nazaret nos recuerda la urgencia de recuperar un sentido de lentitud saludable, de calma y paciencia. Con su silencio nos recuerda que todo comienza con  la escucha, con el trascenderse a sí mismos para abrirse a la palabra y la historia del otro.

Para nosotros, el silencio implica dos cosas. Por un lado, no perder las raíces culturales, no dejar que se deterioren. La manera de cuidarlas es la de encontrarnos siempre nuevamente en el Señor Jesús, hasta que hagamos nuestros sus sentimientos de humildad y ternura, de gratuidad y compasión. Por otro lado, para una Iglesia que vive de la contemplación del rostro de Cristo no es difícil reconocerlo en el rostro del hombre. Y por este rostro sabe dejarse interpelar, superando miopías, deformaciones y discriminaciones.

El diálogo vence  la sospecha y derrota al miedo. El diálogo pone en común, establece relaciones, desarrolla una cultura de reciprocidad. La Iglesia, mientras se sitúa como artífice de diálogo, es purificada y ayudada por el diálogo en la misma comprensión de la fe.

A vuestra vez, queridos amigos de Avvenire, mantened la herencia de los padres. No os canséis de buscar la verdad con humildad, a partir de la habitual frecuentación de la Buenas Nueva del Evangelio. Que esta sea la línea editorial, a la que vincular vuestra integridad: la profesión os lo exige, tan alta es su dignidad. Tendréis, entonces, luz para el discernimiento y palabras verdaderas para captar la realidad y llamarla por su nombre, evitando reducirla a su caricatura.

Dejaos interpelar por lo que sucede. Escuchad, profundizad, confrontaos. Manteneos alejados de los callejones sin salida donde debaten aquellos que presumen que ya han entendido todo. Ayudad  a superar las contraposiciones estériles y dañinas. Con el testimonio de vuestro trabajo, sentíos compañeros de cualquiera que trabaje en pro de la justicia y paz.

José,  hombre del silencio y de la escucha, es también el hombre que en la noche no pierde la capacidad de soñar, de confiar y confiarse. El sueño de José es visión, coraje, obediencia que mueve el corazón y las piernas. Este santo es el ícono de nuestro pueblo santo, que reconoce en Dios la referencia que abraza toda la vida con un sentido unitario.

Esta fe implica acción y despierta buenos hábitos. Es una mirada que acompaña los procesos, transforma los problemas en oportunidades, mejora y construye la ciudad del hombre. Os deseo que sepáis cómo agudizar  y defender cada vez mejor esta mirada; que superéis la tentación de no ver, de alejar o de excluir. Y os animo a que no discriminéis; a que no consideréis a nadie como un excedente; a  que no os contentéis con lo que todos ven. Que nadie dicte vuestra agenda, excepto los pobres, los últimos, los que sufren. No ensanchéis las filas de  los que corren a contar esa parte de la realidad que ya está iluminada por los reflectores del mundo. Partid de  las periferias, conscientes de que no son el final, sino el comienzo de la ciudad.

Como advertía Pablo VI, los periódicos católicos no deberían "publicar cosas que causen impresión o busquen clientela". Nosotros tenemos que  hacer el bien a los que escuchan, tenemos que educarlos a pensar, a juzgar "(Discurso a los operadores de la comunicación social, el 27 de noviembre de 1971). El comunicador católico evita las rigideces que sofocan o encarcelan. No “enjaula al Espíritu Santo", sino que trata de "dejarlo volar, de dejarlo respirar en el ánimo" (ibid.). Hace que la realidad nunca ceda el  paso a la apariencia, la belleza a la vulgaridad, la amistad social al conflicto. Cultiva y fortalece cada brote de vida y bien.

Que no os bloqueen las dificultades: basta con regresar por  unos momentos al clima que hace 50 años envolvió la gestación del proyecto de Avvenire para recordar cuántas dudas y resistencias, cuánta desconfianza y contrariedad trataron de frenar  la voluntad de Pablo VI sobre el nacimiento de un periódico católico de tirada nacional.

Finalmente, José es el santo custodio, el hombre de la concreción y la proximidad. Al fin y al cabo, en esta disponibilidad para cuidar del otro yace el secreto de su paternidad, lo que realmente lo convirtió en padre. La existencia del esposo de la Virgen es llamada y apoyo a una iglesia que no acepta la reducción de la fe a la esfera privada e íntima, ni se resigna a un relativismo moral que lleva al desentendimiento y a la desorientación.

Ojalá  también vosotros  seáis la expresión de una Iglesia que no mira a la realidad, ni desde fuera ni desde arriba, sino que está dentro de ella, se mezcla con ella, la habita y - en virtud del servicio que ofrece- suscita y dilata la esperanza de todos.

Os animo a custodiar siempre la profundidad del presente; a huir de la información de fácil consumo, que no compromete; a reconstruir los contextos y explicar las causas; a acercaos siempre a las personas con gran respeto; a apostar por los lazos que constituyen  y fortalecen a la comunidad.

Nada como la misericordia crea cercanía, despierta actitudes de proximidad, favorece el encuentro y promueve una conciencia solidaria. Hacerse portadores es el camino para contribuir a la renovación de la sociedad en nombre del bien común, de la dignidad de cada uno y de la ciudadanía plena.

Necesitamos dar voz a los valores encarnados en la memoria colectiva y en las reservas culturales y espirituales de las personas, contribuir a llevar en el mundo social, político y económico la sensibilidad y las directrices de la Doctrina Social de la Iglesia, siendo, nosotros en primer lugar, , fieles intérpretes y testigos.

No tengáis miedo de involucraros. Las palabras, -las verdaderas-  pesan: solo las sostiene quienes las encarnan en la vida.  Por otra parte, el testimonio, contribuye a vuestra fiabilidad. Un testimonio apasionado y alegre. Es el último deseo que os dirijo, haciendo mías, una vez más, las palabras del beato Pablo VI: "Hace falta amor por la causa: si no amamos esta causa,  lograremos pocas cosas, nos cansaremos pronto, veremos las dificultades, también veremos los inconvenientes, las polémicas, las deudas [...] Debemos tener un gran amor por la causa, decir que creemos en lo que estamos haciendo  y queremos  hacer "(ibid.)

Os pido que de este amor, también sea parte vuestra oración por mí. Gracias.