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Visita Pastoral del Santo Padre a Alessano (Lecce), en la Diócesis de Ugento-Santa María di Leuca, y a Molfetta (Bari) en la Diócesis de Molfetta-Ruvo-Giovinazzo-Terlizzi, en el 25.mo aniversario de la muerte de S.E. Mons. Tonino Bello (II), 20.04.2018

Esta mañana a las 11,05 el helicóptero con a bordo el Santo Padre Francisco, procedente de Alessano, aterrizó en la plaza de Cala Sant’Andrea, junto a la Catedral de Molfetta.                                       

A su llegada el Papa fue recibido  por el obispo de Molfetta Ruvo-Giovinazzo-Terlizzi, S.E. Mons. Domenico Cornacchia, y por el alcalde Tommaso Minerbini.  El Santo Padre se desplazó en automóvil al puerto de Molfetta, donde saludó a los fieles pasando por los muelles; después se dirigió al palco preparado para la celebración eucarística.

A las 11.20, en el puerto de Molfetta, el Santo Padre presidió la Santa Misa.                                  

Al final de la celebración eucarística,  después del saludo de S.E. Mons. Domenico Cornacchia, el Papa saludó a un grupo de fieles.                                                                                                                                          A las 13,40 el Santo Padre se trasladó en helicóptero al Puerto de Molfetta para volver a Roma.           

Sigue la homilía pronunciada por el Santo Padre durante la santa misa:

Homilía del Santo Padre

Las lecturas que hemos escuchado presentan dos elementos clave de la vida cristiana: el Pan y la Palabra.

El Pan. El pan es el alimento esencial para vivir y Jesús en el Evangelio se nos ofrece como Pan de vida, como si dijese: “Sin mí, no podéis vivir”. Y utiliza expresiones fuertes: “Comed mi carne y bebed mi sangre” (cfr Jn 6.53). ¿Qué significa? Que para nuestra vida es esencial establecer una relación vital, personal con Él. Carne y sangre. La Eucaristía es esto: no es un rito hermoso, sino la comunión más intima, más concreta, más asombrosa que se pueda imaginar con Dios: una comunión de amor tan real que asume la forma de la comida. La vida cristiana cada vez vuelve a comenzar desde aquí, de esta mesa donde Dios nos sacia de amor. Sin Él, Pan de vida, cada esfuerzo en la Iglesia es vano, como recordaba don Tonino Bello: Non bastano le opere di carità, se manca la carità delle opere. Se manca l’amore da cui partono le opere, se manca la sorgente, se manca il punto di partenza che è l’Eucaristia, ogni impegno pastorale risulta solo una girandola di cose» (No son suficientes las obras de caridad, si falta la caridad de las obras. Si falta el amor desde el que  comienzan las obras, si falta la fuente, si falta el punto de partida que es la Eucaristía, cada compromiso pastoral resulta solamente un remolino de cosas)[1].

Jesús en el Evangelio añade: “El que me coma vivirá por mi” (v. 57). Como diciendo: quien se alimenta de la Eucaristía, asimila la misma mentalidad del Señor. Él es Pan partido para nosotros y quien lo recibe se vuelve a su vez pan partido, que no fermenta con orgullo, sino  que se da a los demás: deja de vivir para sí mismo, para su propio éxito, para obtener algo o para ser alguien, sino que vive para Jesús y como Jesús, o sea por los demás. Vivir para es la marca de quien come este Pan, la “etiqueta” del cristiano. Vivir para.Se podría poner como aviso fuera de cada iglesia: “Después de la Misa ya no se vive para uno mismo, sino para los demás”. Sería bonito que en esta diócesis de don Tonino Bello hubiera este aviso, en la puerta de las iglesias, para que lo leyeran todos: “Después de la Misa ya no se vive para uno mismo, sino para los demás”. Don Tonino vivió así: ha sido entre vosotros un Obispo-siervo, un Pastor que se hizo pueblo que frente al Tabernáculo aprendía a hacerse comer por la gente. Soñaba con una Iglesia hambrienta de Jesús e intolerante a toda mundanidad, una Iglesia que “sa scorgere il corpo di Cisto nei tabernacoli scomodi della miseria, della sofferenza, della solitudine” (“sabe ver el cuerpo de Cristo en los tabernáculos incómodos de la miseria, del sufrimiento, de la soledad”)[2]. Porque, decía, «l’Eucarestia non sopporta la sedentarietà (“la Eucaristía no soporta el sedentarismo)” y si no nos levantamos de la mesa sería un “sacramento incompiuto” (“sacramento incompleto”)[3]. Nos podemos preguntar: En mí, ¿este Sacramento se realiza? Más concretamente: ¿Me gusta solo ser servido a la mesa por el Señor o me levanto para servir como el Señor? ¿Doy en la vida lo que recibo en misa? Y en cuanto Iglesia nos podríamos preguntar: Después de tantas comuniones, ¿nos hemos vuelto gente de comunión?

El Pan de vida, el Pan partido, de hecho, también es Pan de paz. Don Tonino decía que: «la pace non viene quando uno si prende solo il suo pane e va a mangiarselo per conto suo. […] La pace è qualche cosa di più: è convivialità». È «mangiare il pane insieme con gli altri, senza separarsi, mettersi a tavola tra persone diverse», dove «l’altro è un volto da scoprire, da contemplare, da accarezzare»  (La paz no llega cuando uno toma solo su pan y va a comérselo por su cuenta. [...] La paz es algo más: es convivialidad”. Es “comer el pan junto a los demás, sin separarse, sentarse a la mesa entre personas diferentes”, donde “el otro es un rostro que descubrir, que contemplar, que acariciar”)[4]. Porque los conflictos y todas las guerras «trovano la loro radice nella dissolvenza dei volti» “hunden su raíz en la disolvencia  de los rostros”)[5]. Y nosotros, que compartimos este Pan de unidad y de paz, estamos llamados a amar cada rostro, a coser cada desgarro; a ser, siempre y en cualquier sitio, constructores de paz.

Junto con el Pan, la Palabra. El Evangelio recoge ásperas discusiones sobre las palabras de Jesús: “¿Cómo puede este darnos su carne de comer?” (v.52). Hay un tono de escepticismo en estas palabras. Muchas palabras nuestras se parecen a estas: ¿Cómo puede el Evangelio resolver los problemas del mundo? ¿Para qué hacer el bien en medio de tanto mal? Así caemos en el error de aquella gente, paralizada por el discutir sobre las palabras de Jesús, en vez de dispuesta a acoger el cambio de vida que Él pedía. No entendían que la Palabra de Jesús es para caminar en la vida, no para sentarse a hablar de lo que es y de  lo que no es. Don Tonino, precisamente en el tiempo de Pascua, manifestaba el deseo de recibir esta nueva vida, pasando por fin del dicho al hecho. Por esto exhortaba fervientemente a  los que no tenían el coraje de cambiar: gli specialisti della perplessità. I contabili pedanti dei pro e dei contro. I calcolatori guardinghi fino allo spasimo prima di muoversi” (los especialistas de la perplejidad. Los contables pedantes de los pro y de los contra. Los calculadores desconfiados hasta el límite antes de moverse”[6]. No se responde a Jesús según los cálculos y las conveniencias del momento, se le responde con el“sí” de toda la vida. Él no busca nuestras reflexiones, sino nuestra conversión. Apunta al corazón.

Es la misma Palabra de Dios la que lo sugiere. En la primera lectura, Jesús resucitado se dirige a Saulo y  no le propone sutiles razonamientos, sino que  le pide que ponga en juego la vida. Le dice “Levántate y entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer” (Hch 9,6). Ante todo “Levántate”. La primera cosa de evitar es quedarse en el suelo, padecer la vida, quedarse atenazados por el miedo. Cuantas veces Don Tonino repetía: “¡De pie!” porque «davanti al Risorto non è lecito stare se non in piedi», (frente al resucitado solo es lícito estar de pie). Volverse a levantar siempre, mirar hacia arriba, porque el apóstol de Jesús no puede contentarse con pequeñas satisfacciones.

El Señor después le dice a Saulo: “ Entra en la ciudad”. También a cada uno de nosotros nos dice “Sal, no te quedes cerrado en tus espacios seguros, ¡arriésgate!”. ¡“Arriésgate”!.La vida cristiana hay que invertirla por Jesús y gastarla por los demás. Después de haber encontrado al Resucitado no se puede esperar, no se puede aplazar; hay que ir, salir, no obstante todos los problemas y las incertidumbres. Fijémonos en Saulo, por ejemplo, que después de haber hablado con Jesús, aunque estaba ciego, se levanta y va a la ciudad. Fijémonos en Ananías que, aunque con miedo y titubeante, dice: “¡Aquí estoy, Señor!” (v.10) y enseguida va donde Saulo. Todos estamos llamados, en cualquier situación nos encontremos, a ser portadores de esperanza pascual, “cireneos de la alegría”, como decía don Tonino; servidores del mundo, pero como resucitados, no como empleados. Sin entristecernos nunca, sin resignarnos nunca. Es hermoso ser “mensajeros de esperanza”, distibuidores simples y alegres de la aleluya pascual.

Al final Jesús le dice a Saulo: “Se te dirá lo que debes hacer”. Saulo, hombre decidido y renombrado, calla y va, dócil a la Palabra de Jesús. Acepta obedecer, se vuelve paciente, entiende que su vida ya no depende de él. Aprende la humildad. Porque ser humilde no significa ser tímido o resignado, sino dócil a Dios y vacío de sí mismo. Entonces también las humillaciones, como la que sintió Saulo tirado en el suelo en el camino a Damasco, se vuelven providenciales, porque desnudan de la presunción y permiten a Dios levantarnos. Y la Palabra de Dios hace esto: libera, levanta, hace seguir adelante, humildes y valientes al mismo tiempo. No hace de nosotros protagonistas renombrados y campeones de nuestro propio talento, no, sino testigos auténticos de Jesús, muerto y resucitado, en el mundo.

Pan y Palabra. Queridos hermanos y hermanas, en cada Misa nos alimentamos del Pan de vida y de la Palabra que salva: ¡Vivamos lo que celebramos! Así, como don Tonino, seremos fuentes de esperanza, de alegría y de paz.

 

 


 

[1] «Configurati a Cristo capo e sacerdote», Cirenei della gioia, 2004, 54-55.

[2] «Sono credibili le nostre Eucarestie?», Articoli, corrispondenze, lettere, 2003, 236.

[3] «Servi nella Chiesa per il mondo», ivi, 103-104.

[4] «La non violenza in una società violenta», Scritti di pace, 1997, 66-67.

[5] «La pace come ricerca del volto», Omelie e scritti quaresimali, 1994, 317.

[6] «Lievito vecchio e pasta nuova», Vegliare nella notte, 1995, 91.