Hoy y mañana se celebra en Roma la conferencia internacional “Palliative Care: everywhere & by Everyone. Palliative care in every region. Palliative care in every religion or belief”, organizada por la Academia Pontificia para la Vida. En esta ocasión, se presentará oficialmente el proyecto PAL-Life, concebido y realizado por la Pontificia Academia para la Vida para la difusión mundial de los cuidados paliativos. Durante el Congreso se abordarán varios temas importantes, como la contribución de los cuidados paliativos a la medicina, a la asistencia sanitaria y a la sociedad, la difusión de los cuidados paliativos, la repercusión de diferentes creencias religiosas y perspectivas espirituales en el cuidado de los moribundos, las implicaciones políticas y económicas de los cuidados paliativos. El objetivo principal del Congreso y del proyecto PAL-Life es promover el diálogo y la cooperación entre los diferentes actores que participan en el ejercicio y la difusión de los cuidados paliativos y, a través de ello, proteger la dignidad de los moribundos, haciéndose cargo de su vulnerabilidad.
Publicamos a continuación la carta que el Cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin, ha enviado a S.E. Mons. Vincenzo Paglia, presidente de la Pontificia Academia para la Vida con motivo de la apertura de los trabajos de la conferencia:
Carta de S.E. el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado
Excelencia Reverendísima,
En nombre del Santo Padre Francisco y del mío propio, le saludo cordialmente así como a los organizadores y a los participantes en la Conferencia de Cuidados Paliativos. Se trata de argumentos que conciernen los momentos finales de nuestra vida terrenal y que ponen al ser humano frente a un límite que parece insuperable para la libertad, suscitando a veces rebelión y angustia. Por eso, la sociedad actual intenta de muchas maneras evitarlo o removerlo, y se olvida de escuchar la inspirada indicación del Salmo: "Enséñanos a contar nuestros días y adquiriremos un corazón sabio" (89.12). Nos privamos así de la riqueza que se oculta precisamente en la finitud y de la ocasión de madurar una forma de vida más sensata, tanto a nivel personal como social.
Los cuidados paliativos, sin embargo, no secundan esta renuncia a la sabiduría de la finitud, y este es otro motivo de la importancia de estas temáticas. Esos cuidados indican, en efecto, un redescubrimiento de la vocación más profunda de la medicina, que consiste ante todo en cuidar: su tarea es cuidar siempre, aunque no siempre sea posible curar. Ciertamente, la empresa médica se basa en el esfuerzo incansable de adquirir nuevos conocimientos y de superar un número cada vez mayor de enfermedades. Pero los cuidados paliativos prueban, dentro de la práctica clínica, la conciencia de que el límite requiere no solo ser combatido y alejado, sino también reconocido y aceptado. Y esto significa no abandonar a las personas enfermas, sino estar cerca de ellas y acompañarlas en la difícil prueba que se presenta al final de la vida. Cuando todos los recursos del "hacer" parecen agotados, emerge entonces el aspecto más importante de las relaciones humanas, que es el de "ser": estar presentes, estar cerca, ser acogedores. Esto también implica compartir la impotencia de los que llegan al punto extremo de la vida. Entonces, el límite puede cambiar de significado: no ya lugar de separación y soledad, sino ocasión de encuentro y comunión. La muerte misma se introduce en un horizonte simbólico dentro del cual puede resaltar no tanto como el término contra el cual la vida se rompe y sucumbe, sino más bien como el cumplimiento de una existencia recibida gratuitamente y amorosamente compartida.
La lógica del cuidado recuerda, en efecto, esa dimensión de dependencia mutua del amor que se evidencia en particular en los momentos de enfermedad y sufrimiento, sobre todo al final de la vida, pero que en realidad atraviesa todas las relaciones humanas y, aún más, constituye su característica más específica "No estés en deuda con nadie, excepto de amor; porque el que ama al otro ha cumplido la Ley "(Rom 13, 8): así nos advierte y nos consuela el Apóstol. Parece, pues, razonable arrojar un puente entre el cuidado que se ha recibido desde el comienzo de la vida y que la ha permitido desplegarse en todo el arco de su desarrollo, y el cuidado que se debe prestar responsablemente a los demás, en el sucederse de las generaciones, hasta abrazar a toda la familia humana. Por esta senda, puede encenderse la chispa que vincula la experiencia del amoroso compartir de la vida humana, hasta su misteriosa despedida, con la proclamación evangélica que ve a todos como hijos del mismo Padre y reconoce en cada uno su imagen inviolable. Este precioso vínculo defiende una dignidad, humana y teológica, que no cesa de vivir, ni siquiera con la pérdida de la salud, del papel social y del control del propio cuerpo. Es entonces cuando los cuidados paliativos muestran su valor no solo en la práctica médica, -porque incluso cuando actúa con eficacia logrando curaciones a veces espectaculares, no hay que olvidar esta actitud fundamental que está en la raíz de cada relación de cuidado- sino también más en general para toda la convivencia humana.
Vuestro programa de estos días resalta la multiplicidad de dimensiones que entran en juego en la práctica de los cuidados paliativos. Una tarea que moviliza muchas habilidades científicas, organizativas, relacionales y comunicativas, incluidas el acompañamiento espiritual y la oración. Además de las diversas figuras profesionales, se debe subrayar la importancia de la familia en este camino. Desempeña un papel único como lugar donde la solidaridad entre las generaciones se presenta como constitutiva de la comunicación de la vida y la ayuda mutua se experimenta incluso en tiempos de sufrimiento o enfermedad. Precisamente por esta razón, en las etapas finales de la vida, la red familiar, por frágil e inconexa que pueda ser en el mundo de hoy, constituye siempre un elemento fundamental. Seguramente podemos aprender mucho sobre esto de las culturas donde la cohesión familiar, incluso en tiempos de dificultad, se tiene en alta estima.
Un tema muy actual para los cuidados paliativos es el de la terapia del dolor. Ya Pío XII había legitimado con claridad, distinguiéndola de la eutanasia, la administración de analgésicos para aliviar dolores insoportables que no pueden ser tratados de otra forma, incluso si, en la fase de muerte inminente, fueran la causa de un acortamiento de la vida (cf. Acta Apostolicae Sedis XLIX [1957 ], 129-147). Hoy, después de muchos años de investigación, el acortamiento de la vida ya no es un efecto secundario frecuente, pero el mismo interrogante se replantea con nuevos fármacos que actúan sobre el estado de consciencia y hacen posibles diversas formas de sedación. El criterio ético no cambia, pero el uso de estos procedimientos siempre requiere un cuidadoso discernimiento y mucha prudencia. De hecho, son muy difíciles tanto para los enfermos como para sus familias, como para los médicos: con la sedación, especialmente cuando es prolongada y profunda, se anula esa dimensión relacional y comunicativa que hemos visto que es crucial en el acompañamiento de los cuidados paliativos. Por lo tanto, resulta siempre, al menos parcialmente, insatisfactoria, por lo que debe considerarse como un remedio extremo, después de haber examinado y aclarado cuidadosamente las indicaciones.
La complejidad y lo delicado de los temas presentes en los cuidados paliativos requieren una reflexión continua y una difusión de la práctica para facilitar el acceso: una tarea en la que los creyentes pueden encontrar compañeros de camino en muchas personas de buena voluntad. Y es significativo que en esta perspectiva participen en vuestro encuentro los representantes de diferentes religiones y culturas en un esfuerzo por profundizar y en un compromiso compartido. También en la formación de los agentes sanitarios, de aquellos con responsabilidades públicas y en la sociedad en general, es importante que estos esfuerzos se lleven a cabo juntos.
Mientras le pide que rece por su ministerio, el Santo Padre envía de todo corazón, a Su Excelencia, y a todos los participantes en la conferencia, la Bendición Apostólica. Uno mis mejores deseos personales y le confirmo un distinguido saludo.
Cardenal Pietro Parolin
Secretario de Estado