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Audiencia a las participantes en el XI Capítulo General de las Hermanitas de Jesús, 02.10.2017

Esta mañana, a las  11.30, en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a las participantes en el XI Capítulo General de las Hermanitas del Niño Jesús

Sigue el discurso que el Papa les  ha dirigido durante la audiencia:

 

Discurso del Santo Padre

Queridas  hermanas,


Me alegra recibiros con la ocasión de vuestro Capítulo General. Saludo a la Responsable General y a través de vosotras saludo a todas las Hermanitas de Jesús.


La celebración de un Capítulo General es un tiempo de gracia para todo instituto de vida consagrada. En un clima de oración y afecto fraterno, los religiosos se reúnen para escuchar al Espíritu Santo, para afrontar juntos las múltiples preguntas y desafíos que el instituto enfrenta en ese preciso momento de su historia. Sin embargo, antes de ser un momento de reflexión sobre cuestiones prácticas, un capítulo es la experiencia espiritual común de un retorno a la fuente de la llamada, personal y comunitaria.


Y la fuente de vuestro instituto es la experiencia arrolladora de la ternura de Dios que sintió  vuestra fundadora, la hermanita Magdalena de Jesús. Tras las huellas del Beato Charles de Foucauld, se dio cuenta de que el Dios Todopoderoso, Creador y Señor del universo, no tuvo miedo de hacerse un niño pequeño ,confiado, en los brazos de María por amor a nosotros, y todavía quiere entregarse humildemente a cada uno de nosotros por amor. Hoy, casi ochenta años después de la fundación del Instituto, más de mil Hermanitas están esparcidas por todo el mundo. Se encuentran en  situaciones humanamente difíciles, con los más pequeños y los más pobres. No están allí principalmente para curar, educar, enseñar el catecismo - aunque estas cosas son buenas – sino para  amar, para estar con los más pequeños, como lo hizo Jesús, para anunciar el Evangelio con la vida sencilla hecha de trabajo, de presencia, de amistad, de acogida incondicional. Es importante, de importancia vital para vosotros que volváis  a esta experiencia original de la proximidad de Dios, que se entrega, manso y humilde a nosotros para salvarnos y colmarnos de su amor. Y este amor debe expresarse más con la evangelización de los gestos que con la de las palabras: la sonrisa, el silencio, la adoración, la paciencia. Me viene en mente el diálogo entre el roble y el almendro. El roble dijo al almendro: “Háblame de Dios” y el almendro floreció. Esto es lo que os pide la Iglesia: floreced, floreced en gestos de amor y de Dios.


Sobre todo, queridas hermanas, aseguraos de mantener  ferviente vuestra  vida espiritual, porque es de este amor recibido de Dios de manera incesante y siempre nuevo, de donde se desborda vuestro amor por nuestros hermanos y hermanas. Es  de esta vida espiritual de la  que los jóvenes tienen sed y que  les permite responder a su vez a la invitación del Señor. De esta vida espiritual  nace el testimonio evangélico que esperan los pobres. Las recetas sirven, pero después; si no hay eso, no surten efecto.



No tengáis miedo de seguir adelante, llevando en vuestros corazones al Niño Jesús, en todos los lugares donde están los pequeños en nuestro mundo. Manteneos  libres de los lazos con las obras y las cosas, libres para amar a aquellos que encontréis donde quiera que el Espíritu os guíe. Libres para volar, libres para soñar. Las dificultades del tiempo presente os  hacen compartir los dolores de tantos hermanos: también vosotras, como ellos, a veces os encontráis obligadas a cerrar o abandonar vuestros  hogares para huir a otro lugar; también conocéis las pruebas  de la edad, la soledad y el sufrimiento; también experimentáis la dureza del camino  cuando se trata de permanecer fiel atravesando  desiertos. Pero en todo esto, el amor que lleváis en vuestros  corazones hace de vosotros mujeres  libres de las apegadas a lo esencial.



Prestad atención a  la calidad de la vida fraterna en vuestras comunidades. A pesar de las pruebas, la Hermanita Magdalena, siguiendo a Jesús pobre entre los pobres, encontró la verdadera alegría, una alegría que compartió con todos, empezando por sus hermanas. La sencillez y la alegría pertenecen a la vida consagrada, y de manera especial a la vuestra. El Niño Jesús en Nazaret estaba alegre, ciertamente jugó y río con María y José, con los niños de su edad y con los vecinos. Para encontrar el sabor de la vida comunitaria, siempre hay que buscar la sencillez, el afecto, las pequeñas atenciones, el servicio y la maravilla.



De esta fraternidad entre vosotras  nace el servicio de la autoridad. El ejercicio de la responsabilidad, en la Iglesia, está enraizado  en la voluntad común y fraterna de escuchar al Señor, de estar en su escuela y vivir de su Espíritu para que su Reino pueda extenderse a todos los corazones. Es en este contexto de escucha común y fraternal  es donde  encuentran lugar el diálogo y la obediencia. Y en tal obediencia, como el Niño Jesús, todas las Hermanitas crecerán "en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres" (Lc 2, 52).



La fraternidad vivida entre vosotras abre vuestros  corazones a la fraternidad hacia todos. Vuestra  fundadora, os invitó a haceros "árabes entre los árabes, nómadas entre los nómadas, trabajadoras entre los trabajadores y, sobre todo, humanas entre los seres humanos" (Annie De Jesús, La hermanita Magdalena de Jesús. La experiencia de Belén hasta el fin del mundo, Cerf, 2008, p.184). Feriantes con los feriantes, como aquí en Roma.  Y así es cómo el Instituto se ha extendido a muchos países y vosotras habéis encontrado a tantos de estos pequeños, de todas las razas, idiomas y religiones. Vuestros corazones no tienen barreras. Por supuesto, no podéis cambiar el mundo solas, pero lo podéis iluminar llevando la alegría del Evangelio en los barrios,  en las calles, mezcladas con la multitud, siempre cerca de los más pequeños.


Estando vosotras mismas entre los pequeños que la Virgen Bienaventurada presenta a su Hijo Jesús nuestro Señor, puede contar con su materna intercesión, así como con la oración de la Iglesia por vuestro Instituto, especialmente con motivo de este Capítulo General.

 

Os agradezco, de verdad, os agradezco  vuestra visita, y os pido por favor que recéis por mí. Gracias