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Visita Pastoral del Santo Padre Francisco a Cesena y Bolonia. Santa misa en el estadio “Renato Dall’Ara” de Bolonia, 01.10.2017

Después del encuentro con los estudiantes en la basílica de Santo Domingo, a las 17,00, en el estadio  Renato Dall’Ara” el Santo Padre presidió la concelebración eucarística para los fieles de la archidiócesis de Bolonia.

En el palco se colocó el cuadro de la Virgen de San Lucas, procedente del santuario boloñés del mismo nombre.

Al final de la celebración el arzobispo de Bolonia, S.E. Mons. Matteo Maria Zuppi, dirigió al Papa algunas palabras de agradecimiento.

Sigue la homilía pronunciada por el Santo Padre

Homilía del Papa

Celebro con vosotros el primer domingo de la Palabra: la Palabra de Dios hace que arda  el corazón (cf. Lc 24,32), porque hace que nos sintamos amados y consolados por el Señor. También la Virgen de San Lucas, el evangelista, puede ayudarnos a entender la ternura materna de la palabra "viva", y al mismo tiempo "cortante" como en el Evangelio de hoy: de hecho, penetra en el alma (Efesios 4:12) y lleva a la luz  los secretos y las contradicciones del corazón.

Hoy, nos llama a través de la parábola de los dos hijos, que cuando su  padre les pide que vayan  a la viña responden: El primero no, pero luego va; el segundo sí, pero luego no va. Hay, sin embargo, una gran diferencia entre el primer hijo, que es perezoso, y el segundo, que es hipócrita. Intentemos imaginar lo que pasó dentro de ellos. En el corazón del primero, después de decir no, resonaba aún la invitación de su padre; en cambio en el segundo, a pesar del “sí”, la voz de su padre  estaba enterrada. El recuerdo del padre despertó al primer hijo de la pereza, mientras que el segundo, que en cambio sabía donde estaba el bien,  contradijo "el decir con el hacer". Se había vuelto  impermeable a la voz de Dios y de la conciencia y de esta forma había abrazado sin problemas la doblez de  vida. Jesús con esta parábola pone dos caminos  ante nosotros, que -como bien sabemos- no siempre estamos dispuestos a decir sí con las palabras y las obras, porque somos pecadores. Pero podemos elegir entre ser pecadores en camino, que siguen escuchando al Señor y cuando caen se arrepienten y se levantan, como el primer hijo; o ser pecadores sentados, listos para justificarse siempre y sólo con  palabras según lo que les conviene. 

Jesús dirige esta parábola a algunos jefes religiosos de aquel tiempo, que se parecían al hijo de la “doble vida”, mientras que la gente común normalmente se comportaba como el otro hijo. Estos jefes sabían y explicaban todo, de manera  formalmente perfecta, como verdaderos intelectuales de la religión. Pero no tenían la humildad de escuchar, el coraje de interrogarse, ni la fuerza de arrepentirse. Y Jesús es muy severo: dice que incluso los publicanos les precederán en el Reino de Dios. Es un reproche  fuerte, porque los publicanos eran traidores corruptos de la patria. ¿Cuál era entonces el problema de estos jefes? No estaban equivocados en el concepto, sino en el modo de vivir y pensar delante de Dios: eran, en palabras y con los otros, custodios inflexibles de las tradiciones humanas, incapaces de comprender que la vida según Dios es en camino y requiere la humildad de abrirse, arrepentirse y recomenzar.

¿Qué nos dice esto a  nosotros? Que no hay  una vida cristiana construida a priori, construida científicamente en la cual basta con cumplir algunas normas para tranquilizar la conciencia: la vida cristiana es un camino humilde de una conciencia que nunca es rígida y siempre está en relación con Dios, que sabe arrepentirse y confiarse a Él en sus pobrezas, sin presumir nunca de bastarse por sí misma. Así se superan las versiones revisadas y actualizadas de aquel mal antiguo, denunciado por Jesús en la parábola: la hipocresía, la doble vida, el clericalismo que se acompaña del legalismo, el alejamiento de la gente. La palabra clave es arrepentirse: el arrepentimiento es  lo que permite no endurecerse, el transformar un no a Dios...en un sí, y el sí al pecado...en un no por amor al Señor. La voluntad del Padre, que cada día delicadamente habla a nuestra conciencia, se cumple sólo en la forma del arrepentimiento y de la conversión continua. En definitiva, en el camino de cada uno hay dos sendas: ser pecadores arrepentidos o ser pecadores hipócritas. Pero lo que cuenta no son los razonamientos que justifican e intentan salvar las apariencias, sino un corazón que avanza con el Señor, que lucha cada día, se arrepiente y regresa a Él. Porque el Señor busca a los puros de corazón y no a los "puros por fuera". 

Veamos ahora, queridos hermanos y hermanas, que la Palabra de Dios excava en profundidad, “discierne los sentimientos y los pensamientos del corazón” (Eb 4, 12). Pero es también actual: la parábola nos llama incluso a pensar en las relaciones, no siempre fáciles, entre padres e hijos. Hoy, a la velocidad con la que se pasa de una generación a la otra, se advierte con mayor fuerza que en el pasado la necesidad de autonomía, a veces hasta llegar a la rebelión. Pero después de los cierres  y los largos silencios de una parte o de la otra, es bueno recuperar  el encuentro, aunque esté habitado todavía por  conflictos que pueden convertirse en estímulos de un nuevo equilibrio. Como en la familia, así en la Iglesia y en la sociedad:  no renunciar nunca al encuentro, al diálogo, a la búsqueda de nuevas vías para caminar juntos.

En el camino de la Iglesia surge a menudo la pregunta: ¿Dónde ir,  cómo ir  hacia adelante? Quisiera dejaros como conclusión de esta jornada, tres puntos de referencia , tres “P”: La primera es la Palabra, que es la brújula para caminar humildes.  para no perder el camino de Dios y caer en la mundanidad. La segunda es el Pan, el pan eucarístico, porque en la Eucaristía comienza todo. Es en la Eucaristía donde se encuentra la Iglesia: no en las habladurías y murmullos, sino aquí, en el Cuerpo de Cristo compartido por gente pecadora y con necesidad, pero que se siente amada  y por tanto desea amar. Desde  aquí partimos y nos reencontramos cada vez; este es el  inicio irrenunciable del nuestro ser Iglesia. Lo proclama “ad alta voce”, el Congreso Eucarístico: la Iglesia se reúne así, nace y vive en torno a la Eucaristía, con Jesús presente y vivo para adorarlo, recibirlo y compartirlo cada día. Por último, la tercera P: los pobres. Todavía hoy, lamentablemente, muchas personas carecen de lo necesario. Pero también hay tantos pobres de afecto, personas solas, y pobres de Dios. En todos ellos encontramos a Jesús, porque Jesús en el mundo ha seguido el camino de la pobreza, de la anulación, como dice San Pablo en la segunda lectura: “Jesús se abaja a sí mismo asumiendo una condición de siervo”(Fil 2,7). De la Eucaristía a los pobres, vamos a encontrar a Jesús. Habéis  reproducido la frase que el cardenal Lercaro amaba ver grabada en el altar: “Si compartimos el pan del cielo, ¿cómo no compartir el pan de la tierra?”. Nos hará bien recordarlo siempre. La Palabra, el Pan y los pobres: pidamos la gracia de no olvidarnos nunca de estos alimentos básicos, que sostienen nuestro camino.

Terminada la santa misa, el Papa se desplazó en automóvil al helipuerto del  Centro deportivo “Corticelli” para regresar al Vaticano.

El helicóptero  con a bordo el Santo Padre aterrizó a las 20,10.