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El Papa reitera ante la Organización de los Estados Americanos la importancia de una ecología integral, 08.09.2016

La importancia de la ecología integral, el papel de las religiones en el cuidado del medio ambiente y el valor fundamental del diálogo han sido tres de los temas claves abordados por el Santo Padre en el discurso que ha dirigido esta mañana a los participantes en el simposio promovido por la Organización de los Estados Americanos y el Instituto del Diálogo Interreligioso de Buenos Aires que se celebra en el Agustinianum de Roma del 7 al 8 de los corrientes y cuyo titulo es “América en diálogo: Nuestra casa común”.

El evento se ha centrado en el estudio de la encíclica Laudato si’ dedicada a la importancia de amar, respetar y salvaguardar nuestra  casa común y el Papa, comentándolo, recordó la relevancia de importante apostar por una «ecología integral», en el que el respeto por las criaturas valore la riqueza que encierran en sí mismas y ponga al ser humano como culmen de la creación… “Por ejemplo, una cosa interesante – dijo- sería que cada uno de los participantes se preguntara cómo en su país, en su ciudad, en su medio ambiente, o en su creencia religiosa, en su comunidad religiosa, en las escuelas, han incorporado esto. Creo que todavía estamos a nivel de «escuela nido» en esto. O sea, incorporar la responsabilidad, no sólo como materia sino como conciencia, en una educación integral”.

“Las religiones –afirmó después- tienen un rol muy importante en esta tarea de promover el cuidado y el respeto del medio ambiente. La fe en Dios nos lleva a reconocerlo en su creación, que es fruto de su amor hacia nosotros, y nos llama a cuidar y proteger la naturaleza. Para esto, es necesario que las religiones promuevan una verdadera educación, a todos los niveles, que ayude a difundir una actitud responsable y atenta hacia las exigencias del cuidado de nuestro mundo; y, de modo especial, proteger, promover y defender los derechos humanos… Es fundamental la cooperación interreligiosa, basada en la promoción de un diálogo sincero y respetuoso…fundado en la propia identidad y en la confianza mutua que nace cuando soy capaz de reconocer al otro como don de Dios y acepto que tiene algo que decirme... El creyente es un defensor de la creación y de la vida, no puede permanecer mudo o de brazos cruzados ante tantos derechos aniquilados impunemente; el hombre y la mujer de fe están llamados a defender la vida en todas sus etapas, la integridad física y las libertades fundamentales, como la libertad de conciencia, de pensamiento, de expresión y de religión”.

“El mundo constantemente nos observa a nosotros, los creyentes –dijo- para comprobar cuál es nuestra actitud ante la casa común y ante los derechos humanos; además nos pide que colaboremos entre nosotros y con los hombres y mujeres de buena voluntad, que no profesan ninguna religión, para que demos respuestas efectivas a tantas plagas de nuestro mundo, como la guerra y el hambre, la miseria que aflige a millones de personas, la crisis ambiental, la violencia, la corrupción y el degrado moral, la crisis de la familia, de la economía, y sobre todo la falta de esperanza. El mundo de hoy sufre y necesita nuestra ayuda, nos lo está pidiendo. ¿Se dan cuenta-añadió- que esto está a años luz de cualquier concepción proselitista?”.

Francisco subrayó cuantas veces constatamos con dolor que el nombre de la religión es usado para cometer atrocidades, como el terrorismo, y sembrar miedo y violencia y, en consecuencia, las religiones son señaladas como responsables del mal que nos rodea. Por eso “es necesario condenar de forma conjunta y rotunda estas acciones abominables y tomar distancias de todo lo que busca envenenar los ánimos, dividir y destruir la convivencia; hace falta mostrar los valores positivos inherentes a nuestras tradiciones religiosas para lograr un sólido aporte de esperanza”.

“Este encuentro se realiza en el año dedicado al Jubileo de la Misericordia –señaló al final de su discurso- Esta tiene un valor universal que abarca tanto a los creyentes como a los que no lo son, porque el amor misericordioso de Dios no tiene límites: ni de cultura, ni de raza, ni de lengua, ni de religión; abraza a todos los que sufren en el cuerpo y en el espíritu. Además, el amor de Dios envuelve a toda su creación; y nosotros como creyentes tenemos una responsabilidad de defender, cuidar y sanar al que lo necesita. Que esta circunstancia del Año Jubilar sea una ocasión para abrir posteriores espacios de diálogo, para salir al encuentro del hermano que sufre, como también para luchar para que nuestra casa común sea un hogar, donde todos tengamos cabida y nadie sea excluido ni eliminado. Cada ser humano es el regalo más grande que Dios nos puede dar”.